jueves, 27 de diciembre de 2007

Narrar la adversidad

La adversidad. Es una compañera temporal o habitual del camino. No elogiaré ninguno de sus efectos ¿benéficos? en la formación del carácter. En sus dosis justas, sin embargo, puede ser vivida con elegancia (¿estoicismo?) o de un modo amargado, rastrero, o revanchista. En literatura, ha sido el resorte de mundos despiadados y, al mismo tiempo, de búsquedas frúctíferas. Hoy recuerdo a Kazfka, a Saramago, a Zweig, a Primo Levi, a Roth, a Vasili Grossman, a Rodoreda, a Balzac, a Cervantes, a Emily Dickinson... Y al recordarlos, evoco sobre todo a sus héroes o anti heróes.
Evoco con horror a Benazir Bhutto. ¿Por qué, para qué? Mujer, famosa, política... Quizás el eco sea mayor al saber más de ella, pero es igual de inútil y repugnante que cualquier muerte gratuita. Se dice que la naturaleza es más cruel (terremotos, inundaciones) pero la naturaleza de momento, no tiene conciencia, su perversidad parece ciega. La responsabilidad, por ahora, es algo individual (y colectivo), una condición moral. Que nadie escape a la suya.

viernes, 21 de diciembre de 2007

Soñar, vivir, escribir. ¿Qué es más?


Se ama lo desconocido, y lo perdido, dice Borges. Un extraño binomio entre amor e inquietud. Más inquietud que amor en muchos casos. Pero no lo que se deja atrás voluntariamente, lo que pudo ser y no fue porque no lo quisimos de verdad, o porque aun queriéndolo, se aceptó que no era eterno o que era prescindible. Lo perdido de verdad, por el contrario, sigue presente como ausencia, como melancolía, como lastre. Ocupa un espacio, aunque sea el inútil lugar de las pérdidas. Lo perdido, sin embargo, es un material literario muy potente.
En la literatura es más fácil soñar y vivir que en la propia vida. Se pueden cambiar historias reales o recuperar las ya perdidas. Se puede incluso narrar desde el principilo lo malogrado o lo que acabó perdido. Hay sueños literarios de los que cuesta arrancarse, pero no duelen una vez que se cierra el ordenador y la historia se interrumpe. Soñar y escribir, sin embargo, puede ser más intenso que el puro vivir, lo que ya es difícil, pues vivir es puro vértigo.

miércoles, 19 de diciembre de 2007

Víctimas y verdugos

Una de las señas de identidad de los terroristas es que que se sienten víctimas aun siendo (o a pesar de ser) verdugos. Sentirse víctima es la coraza y la coartada para justificar lo injustificable.
Muchos de los que argumentan que con los terroristas no se puede hablar (¿ni siquiera psicólogos y politólogos que les expliquen que no pueden seguir sintiéndose víctimas después de ser verdugos?, se pasan horas y horas hablando de esos mismos terroristas, publicitando sus siglas y su naturaleza.
En los cines se está pasando una película infantil que humaniza a las abejas (incluso hay un conato de rebelión de las colmenas contra los pérfidos comerciantes que hacen negocio con su miel sin entregarles nada a cambio). En un momento dado, el protagonista del filme, un chico abeja, está a punto de perecer ante la agresividad de un humano que al tmer que le pique se adelanta a aniquilarlo. Aparece entonce su salvadora, una sensible chica humana que rescata al insecto y pregunta al agresor: "¿Acaso crees que su vida vale menos que la tuya?". ¿Una abeja igual que un humano? Bueno... La película es un monumento a la fantasía, una delicia. Y la pregunta no puede ser más democrática e incitadora. Si se trasladara a cualquier relación vecinal, política o profesional, se acabarían muchos humos. Y si los que todavía creen que su vida vale más, es decir, que la de los demás vale menos, reflexionaran un poco, no parecerían tan patéticos.

lunes, 17 de diciembre de 2007

¿Barra libre a la violencia en el cine?

Vi hace poco Promesas del Este, una película que lleva tiempo en cartel y que deseaba ver. No puedo decir que me decepcionara o que al final no me gustara, pero había puesto en ella demasiadas -o simplemente otras- expectativas y no las colmó. Últimamente me equivoco bastante en la elección de las películas: suelo ir muy poco al cine y no sigo las películas en el orden en que se estrenan, pero sí selecciono unos cuantos títulos con la intención de no perdérmelos. Y a veces cuando al fin voy no tengo del todo presente por qué la elegí o si se debió a la influencia de una buena crítica. El caso es que después de comprar la entrada leí con detenimiento la sinopsis y me eché a temblar. Demasiada violencia. Me planteé no entrar pero no quise que esa prevención me hiciera perder tal vez una buena historia. No es la primera vez que ocurre: rechazamos sin paños calientes las cintas violentas de baja estofa, pero con las que consideramos buenas acabamos cediendo. Lo que me deprime es que hasta las películas buenas (Promesas del Este lo es) cohabiten con tanta dosis de violencia, como si, por ser buenas, no fuera menos desagradable su envoltorio y trasfondo de sangre y violencia. Se dirá que no todo es sangre en esa cinta, o que al tratarse de los bajos fondos de la mafia rusa, es inevitable. Pero ¿por qué tanto verismo en ciertas escenas? La obsesión realista por documentar las historias y dárselas comidas y deglutidas al espectador es alarmante. Nos estamos acostumbrando a unir violencia y arte (plástico y visual sobre todo) si no como autores, sí como espectadores. Las primeras victimas son los niños: la violencia que se tragan es infumable. Es casi una iniciación. Pero es que una vez que llegamos a adultos, parece que hay barra libre. No para mí. En ningún momento pretendo eludir o ignorar la parte oscura de nuestra sociedad, pero, ¿por qué tengo que verla con pelos y señales en cada historia? Libertad de expresión, sí, desde luego. Pero, aunque sólo sea por estética, reclamo un arte que incluso cuando trate y retrate lo abyecto, elija un camino elegante y elíptico.

lunes, 10 de diciembre de 2007

Christa Wolf se asoma al enigma de Anna Seghers

Y escribe: “Anna Seghers: alemana, judía, comunista, escritora, mujer, madre. En cada una de estas palabras hay que pararse a reflexionar”. Demasiadas identidades, y potentes todas ellas. Contradictorias, en parte. Profundas, abisales, sin marcha atrás algunas. Faltan la condición de exiliada y de perseguida por el nazismo. Hace poco se reeditó en España su novela La séptima cruz. Ahora Bruguera rescata un conjunto de relatos: La excursión de las muchachas muertas. De inmediato, pienso hacer algún hueco para leerlo. No me dejará indiferente, intuyo.
Seghers vivió durante un tiempo en México, junto a otros refugiados europeos. Colaboró con el Comité de refugiados antifascistas y con Constancia de la Mora firmó un opúsculo en el que daban cuenta de la magnitud de la diáspora: Tell the story of the Joint Anti-fascist Refugee Committee. Pertenece a la generación de escritores que unió literatura y compromiso. Su obra es un enigma a descubrir, pero Christa Wolf es una embajadora magnífica. Ya dice bastante en estas dos frases. El lector que escriba la tercera.

viernes, 7 de diciembre de 2007

¿Quién influyó en quién?

En los últimos años se intenta hacer justicia a escritoras y pintoras que en su día fueron postergadas o ignoradas dentro de una corriente artística o literaria. Y algunos estudiosos se preguntan si no se las incluyó en determinada generación (fundamentalmente masculina) porque no se las tuvo en cuenta entonces por ser mujeres o si la dificultad arranca de que no se identificaron con todos los presupuestos artísticos y literarios de esa corriente o movimiento, porque su voz no era lo bastante potente o era demasiado particular o estaba lastrada por sú condición femenina. Excusas. ¿Qué importancia tiene lo uno o lo otro? Si se las ignoró o ninguneó es porque la historia la han escrito hasta hace pocos los hombres y los especialistas, por deformación, han identificado lo universal con lo masculino (o viceversa). Todo empieza a cambiar, pero no al ritmo deseado. Hasta no hace mucho, al hablarse de la generación de los años 50 se citaba fundamentalmente a Sánchez Ferlosio, Ignacio Aldecoa, Jesús Fernández-Santos, Medardo Fraile y, como único ejemplar femenino, a la prolífica Ana María Matute. Algo es algo. Se olvidaban en las antologías, sin embargo, de citar a Carmen Martín Gaite, a la que se le despachaba sin más con la coletilla de "esposa de Sánchez-Ferlosio". Tuvieron que venir las hispanistas norteamericanas y algunas más europeas para revelar que Martín Gaite, casada o no con Ferlosio, era, con todo derecho miembro de esa misma generación.
Lo mismo viene sucediendo con la Generación del 27, o la llamada Edad de la Plata. Cuando se habla de poetas (García Lorca, Alberti, Cernuda, Bergamín, Altolaguirre) se olvida a Concha Méndez o Ernestina de Champourcin. Cuando se habla de creadores del mismo periodos se obvia a Rosa Chacel (poeta y escritora), a María Teresa León (narradora, ensayista, guionista y dramaturga), y a Maruja Mallo. Incluso a la gran María Zambrano se le admira por su singularidad, pero no acaban de entronizarla en la Edad de Plata. Ellos copan y encarnan sus respectivas generaciones; ellas van por libre o son esposas (María Teresa León) eclipsadas por la genialidad de sus maridos....

María Teresa León lo aceptó, Martín Gaite, menos. Y hoy sería inaceptable.

Más: Se habla de que Gómez de la Serna y Alberti influyeron en Maruja Mallo. Pero ¿no es también cierto que Mallo y Ángeles Santos influyeron a su vez en Gómez de la Serna? ¿Cuándo se revisarán las referencias al famoso terceto de la Residencia de Estudiantes (García Lorca, Dalí, Buñuel) y se convertirá en cuarteto: añadiendo a Maruja Mallo. Después de todo, Mallo, con pleno derecho, formaba parte de la cofradía de la Perdiz, selecto club creado por García Lorca para reunir a sus más afines.

lunes, 3 de diciembre de 2007

El dolor y sus máscaras

El dolor es a la vez tejido -carne- y desolación -espiritu-; es vacío y gangrena (íntima), es desangrarse sin morir. Es subjetivo: ¿quién puede entender el dolor del otro? ¿Quién sabe si lo que a él le duele no le hiere más aún a los demás? Y objetivo: el dolor es universal, y si ahí no sentimos compasión, ¿qué queda de lo humano? Convoco a Dostoiewski, aTolstoi, a todos los novelistas rusos que supieron atravesar el alma de sus contemporáneos. Incluso al gran Chejov que enmascaraba el dolor con un lenguaje elegante. Convoco a Coetze, a Primo Levi, a Nemirosky, a Swift, y también a Cervantes... Convoco a todos los que han entendido qué es la vida y la muerte, y su valor; a todos los que sienten piedad del dolor ajeno y tratan de llevar con coraje el suyo, sus desgarros... Y me pregunto cómo es posible que haya gente aún, en mi universo occidental, que no sienta compasión por el otro, que no entienda que, con las necesidades cubiertas, lo que importa es sentir, elevarse, compartir, amar quizás, y nunca matar. El mal fortuito, grosero, salvaje, horroriza, pero aún más el dolor infligido de modo contundente, pertinaz, sin alma, sin vacilaciones ni autocrítica. ¿Nadie se arrepiente? ¿Nadie entiende que no se puede hacer daño más que por equivocación o por locura (pasajera) ? ¿Nadie comprende que el mundo no gira en torno a nadie? ¿Nadie sabe que el propio deseo, sean ideas, o aspiraciones, no son más importantes que el simple aleteo de vivir del otro? Que venga Camus, que venga María Zambrano, que venga, si es que aún hay alguna, Antígona... Que alguien salve a los humanos corrientes y ordinarios de los malvados que matan por narcisismo o delirio, salvándoles antes a ellos, los malvados que despojan de humanidad a sus prójimos, de tanta sangre. Que Shapeskeare, o Dante, o Marguerite Yourcenar, por evocar a quienes supieron penetrar en la penumbra del alma humana, ( y que, si alguna vez utilizaron máscara fue para sobrellevar su soledad o sus miserias), nos salven, al menos, con sus libros.

miércoles, 28 de noviembre de 2007

Soledad Ortega y Emilio Sáenz de Soto: doble evocación

La vida ya es lo bastante fluida y escurridiza como para poder abarcarla toda. Pero a veces, la muerte ilumina la vida. En este espacio lo que importa es la literatura, y no la necrológica. Sin descender a ella, estos días tengo presente a Soledad Ortega, que acaba de fallecer. La evoco en dos paisajes diferentes: apenas acabada la carrera, en 1936, Soledad sale de España con sus padres y se instalan en Grenoble. Es la huida de quienes habían apoyado en un primer momento la República, y luego se desmarcaron de algunos de sus excesos, pero sin caer en la ignominia de buscar una salida fuera de las urnas. El padre de Soledad, Ortega y Gasset, fue uno de los primeros intelectuales en firmar a favor de la República, de la que muy pronto se distanció: "No es ésto, no es ésto", dijo. Ante la hecatombe de la inminente Guerra Civil, decidió exiliarse antes de que le exiliaran: de ninguna manera podía apoyar la facción franquista; tampoco se sentía tan afín al Gobierno legítimo para sumarse a una confrontación violenta que no sentía. María Zambrano, comprometida hasta el fondo con esa República que había abierto las puertas al regeneracionismo y la modernidad, le pidió una postura más beligerante, pero el Maestro se escabulló. Eso no le salvó d un largo exilio.
Durante unos años, la joven Ortega dio clases y ayudó a su padre a poner a punto sus escritos en los diferentes escenarios europeos en que se refugiaron. Luego, pasada la etapa dura de la posguerra, Soledad Ortega decidió regresar sola a España y, en este segundo escenario, dedicó su vida a mantener viva la memoria del filósofo y de Revista de Occidente, focos de liberalismo en una España adormecida y mutilada. Con Julián Marías y Dolores Franco desarrolló diversas iniciativas, e hizo de puente entre intelectuales del exilio y del interior (algunos exiliados también, aunque pèrmanecieran dentro de España). Cuántas confidencias debió conocer Soledad Ortega en esas décadas en que escritores y artistas se veían amenazados por la censura (si vivían en España, como Elena Soriano) o el olvido (si se encontraban al otro lado del Atlántico). Recuerdo, sobre todo, las vigorosas cartas de Rosa Chacel a la hija de Ortega, buscando un sitio en nuestra cultura. Exigiéndolo a veces, lamentándose de haberlo perdido en otras. ¡Cuántas cartas debió reunir no ya de Rosa Chacel, sino de otros creadores que recurrían a ella en momentos de incertidumbre, sabiendo que era interlocutora adecuada por ser hija de quien era y por su talante liberal! Por cierto, Rosa Chacel, a pesar de su mayor compromiso con la República, también abandonó España en los primeros meses de la contienda fratricida. El renacimiento cultural que vivía el país quedó "hecho cisco" con la sublevación militar y la Guerra Civil, decía, pero ella no estaba preparada para empuñar un fusil. La guerra se la dejaba a los profesionales. Igual, aunque de otro modo, que Juan Ramón. Ahora bien, cuando la facción insurgente ganó y Franco se alzó con todo el poder, quedó meridianamente claro que todos ellos habían perdido la guerra y que lejos de volver, les aguardaba un injusto, largo y a menudo penoso exilio.
La transición no se hizo sólo porque gentes como Suárez tuvieron la visión y la generosidad de ir a la democracia y dar espacio a la oposición, sino porque había ya un tejido social que había establecido puentes. Uno de esos puentes lo construyó Soledad Ortega.
Casi al mismo tiempo que Soledad Ortega ha fallecido Emilio Sáenz de Soto. Fue un joven bohemio que huyó de los rigores del primer franquismo estableciéndose en Tánger. Lo conocí al preparar mi biografía sobre Carmen Laforet, un ensayo que luego tomó forma en el primer y más extenso capítulo de Mujeres de la posguerra. Había sido un gran amigo y confidente de Laforet y también guardaba valiosas cartas de ella que entregó a la Residencia de Estudiantes y que tuve la oportunidad de consultar. Sáen de Soto, crítico de cine y delicioso conversador, se encontraba ya aquejado de los achaques de la edad cuando lo visité, pero seguían siendo un erudito, de memoria enciclopedica. Lo sabía todo de todo el mundo. Del mundo de la cultura tangerina y de la sociedad española, se entiende.
Soledad Ortega y Emilio Sáenz de Soto tenían poco que ver. Pero si les recuerdo hoy es por su singularidad. Son figuras irrepetibles, lo que no signfica, afortunadamente, que sean insustituibles: son dos pacientes eslabones -ambos siempre en un segundo plano, pero al lado de hombres y mujeres excepcionales- en el fluir de las ideas y la cultura. In memoriam

lunes, 26 de noviembre de 2007

Sostiene Carson McCullers

que el amor es a la vez una experiencia común y desigual. Lo sabíamos, desde luego. Pero me gusta que esta maestra del relato, además de ahondar en el alma de sus personajes -y en el corazón de los lectores con los que comparte su narrativa-, desenmascare los equívocos en los que caen los enamorados. No hay duda de que el amor es una experiencia común para los amantes, dado que ambos viven esa historia, sea inclinación o pasión. Pero es al mismo tiempo una experiencia distinta para cada uno de los enamorados, en ocasiones radicalmente diferente. No siempre lo viven ambos con la misma intensidad, voracidad, entrega o compromiso. Uno ama más que el otro e incluso, en algunas parejas, uno ama y el otro es amado, o se deja amar. Y a menudo, este reparto funciona, aunque sólo sea porque quien ama quiere, en efecto, darse, y quién es amado, busca ese pasivo papel.
La inquietud surge cuando la desproporción genera abismos y desencuentros. O cuando uno de los dos desea experimentar el papel opuesto. Quizás el éxito no dependa sólo de un reparto equilibrado, sino de que quien es amado elija a alguien que le guste lo bastante como para ser capaz de invertir los papeles.
Releer La balada del café triste de C. McCullers, puede ser sugerente no sólo por el placer que proporcionan sus cuentos, sino por la marea de emociones que suscitan.

viernes, 23 de noviembre de 2007

Leo a Tusquets, evoco a Matute

Empecé a leer hace unos días Habíamos ganado la guerra, de Esther Tusquets, la autora de la trilogía El amor es un juego solitario. Es su último libro, memorias que abarcan desde los 3 a los 19 años. En anteriores obras ya había aludido a su particular relación con su madre, tan particular y plagada de malentendidos como todas las relaciones madres-hijas, pero en este caso quizás algo más. Tusquets había confesado en una obra anterior algo que me resultó curioso, su paso por la Sección Femenina al filo de la adolescencia. No me casaba con la imagen de gauche divine que tenía de ella. En Habíamos ganado la guerra, une la mezcla de adoración y de crítica que mantiene respecto a su madre, burguesa catalana que la dejó de niña en manos de criadas y niñeras con sus recuerdos de la posguerra y su temporal adcripción falangista (aunque no he llegado aún a esta parte) . Ambas cuestiones van un poco hiladas: lo más valioso de estas memorias es el retrato que hace de la burguesía catalana que por razones tácticas y de puro oportunismo vio en la facción rebelde que finalmente ganó la Guerra Civil, su salvavidas. Burguesía que para recuperar su esplendor pasado optó por tergiversar la historia aunque fuera tácitamente: Tusquets confiesa que durante muchos años creyó que la Guerra Civil la habían empezado los rojos.
Tusquets lo explica bien: sus familiares estaban agotados y hambrientos por la tensión de los tres años de guerra, se sentían amenazados por las demandas de los comités republicanos y vieron en la llegada de las tropas de Franco el fin del miedo y de la escasez. Desde entonces, su madre se dedicó a resarcirse de las penurias pasadas. Ni era franquista ni creyente (por aquello del nacionalcatolicismo) pero Franco le vino bien.

Ana María Matute vivió la guerra desde la misma trinchera burguesa pero su prisma fue otro. Tenía 11 años en 1936, y el espanto de la guerra, la sensación de que su mundo familiar y burgués se desmoranaba o se podía derrumbar en cualquier momento, la sacudió por dentro. En una de sus escasas salidas a su ciudad descubrió a un hombre tirado en el suelo, muerto y con un bocadillo de chocolate en la mano. La guerra era eso: la brutal interrupción de lo cotidiano. Pero al final de la contienda ella ya no fue la previsible chica burguesa que podía haber sido...Se sentía estafada: le habían quitado la inocencia, pero los salvadores no la salvaron de nada, porque la injusticia y el horror seguían imperando. Con el tiempo, Ana María Matute escribiría Primera memoria, sobre la gran decepción que experimenta una adolescente que podría haber sido ella al descubrir el mundo, es decir, la realidad adulta. Y más adelante, Los hijos muertos, una de las mejores novelas de la posguerra. Así lo creía Ana María Moix y así se lo escribió a Rosa Chacel. Los hijos muertos no son más que todos los muertos de la Guerra Civil, todos los muertos de nuestros padres y abuelos; todos nuestros muertos, en suma. Aunque sobren páginas y los demonios de Matute afloren: tremendismo, desbordante imaginación o excesiva adjetivación, ahí está una obra cumbre. Los protagonistas habían participado en la guerra fratricida y sus hijos y ellos mismos están ya moralmente muertos aunque se paseen por la novela de Matute.
El otro día el obispo Blázquez pidió perdón tímidamente por actuaciones concretas de la jerarquía en el decenio de los años treinta del pasado siglo. Un eufemismo, claro, pero algo es algo. Sería bueno que hubiera más peticiones de perdón de los unos a los otros y viceversa. Sería bueno que no se impidiera una catarsis que completara los logros de la transición (se optó por la amnesia porque era la única manera de salir del atolladero y establecer puentes). La Ley de la Memoria, quizás innecesaria, es, en cualquier caso un instrumento para satisfacer y hacer justicia a los perdedores que ni siquieran pudieron llorar a sus deudos ni explicar que perdieron una guerra que no empezaron. Hay una tercera fase, que es el perdón y la empatía hacia el otro, aunque sea de un modo simbólico.

domingo, 18 de noviembre de 2007

Vila-Matas escribe

"No creo que haya enfermo de la literatura más grande que Kafka. Su diario es aterrador" (en El mal de Montano. Anagrama). Coetze sostiene que las novelas de Kafka son en realidad borradores, obras inacabadas. Potentes borradores, faros que anunciaban lo que iba a ser o podía ser. No hay contradicción en lo que dice uno y otro de Kafka, y sí mucha admiración. El que escribía o deliraba estaba enfermo de literatura. Sus borradores son en todo caso magistrales, aunque febriles. Al final, literatura o enfermedad, todo lo mismo.
No siempre es así. A veces la fiebre sólo da para una escritura delirante; otras muchas ese delirio permite ir hasta lo hondo y hacer al menos metaliteratura. Muchos escritores han ensayando esa vía, la del delirio, en algún momento especial, y a menudo han tirado el manuscrito a la papelera. Otros, más ecuánimes consigo mismos, lo han guardado. Y con el tiempo, lo han dado a la luz. O no.

viernes, 16 de noviembre de 2007

Hoy deseo releer

a Nadine Gordimer. Baste recoger esta pequeña frase de una de sus últimas novelas, Un arma en casa, para captar la sensibilidad de esta escritora surafricana de origen blanco que ha sabido también ser una más entre los negros: "El pensamiento huye de lo que tiene delante, como hace un pájaro que ha entrado volando en un espacio cerrado, debe de haber algún agujero por donde salir".
Me estremece y me seduce esta frase porque es polisémica y sugiere al lector, su cómplice, una variedad de emociones y reflexiones. Podría estar en esa novela o en otra. Podrías leerla tú y tal vez escribirla yo. Me fascina la obra de Gordimer, su forma de entender la escritura y el compromiso y ese derecho ganado a ser negra y blanca al mismo tiempo. Su lengua inglesa es lo único que le une al pasado colonizador del que proviene: una lengua que como ha dicho tantas veces le permitiría exiliarse sin exiliarse a cualquier lugar en que se hable inglés. Una lengua plenamente arraigada en la patria en la que vive. Patria plural y mestiza. En los tiempos en que ser blanco en Suráfrica equivalía a ser racista, Gordimer sabía que sus vecinos negros eran nada más ni nada menos que sus vecinos sojuzgados. Su escritura y su voz condenaron la segregacion. Ahora, por el contrario, celebran su continua fusión entre vida y literatura.

jueves, 15 de noviembre de 2007

Como Coetze

me pregunto: "¿Será posible que exista una explicación para todas las cosas que hago, y que esa explicación se encuentre en mi interior, como una llave que tintinea dentro de un bote, a la espera de que alguien la extraiga y la utilice para descerrajar el misterio?"(tomado de En medio de ninguna parte)
Las preguntas más ambiciosas son a menudo las más difíciles de responder. No caeré en la tentación de contestar al premio Nobel. Tampoco puedo hoy bucear demasiado en mi interior. El exterior me apremia, de varios modos. Me asalta hoy una frase que escuché en una tertulia: mujeres cineastas, o políticas, o profesionales cualificadas reivindican hacer películas "aunque sean tan malas como las que hacen los hombres", o alcanzar escaños o puestos de nivel no por ser excepcionales sino por ser, en todo caso, igual de mediocres que sus colegas masculinos. Una provocación, sí, y a la vez una gran verdad. Pero, ¿creéis que los que ahora os niegan el pan y la sal sabiendo que sois excelentes profesionales os van a facilitar las cosas con provocaciones tan sutiles? No os engañeis. Hay hombres y directivos (que con frecuencia son hombres también, claro) que saben que el mundo no les pertenece en exclusiva y que por tanto lo comparten, pero también hay empresarios y responsables de recursos humanos incapaces de reparar en las grandes mujeres que trabajan para ellos. Son invisibles. No cuentan a la hora de los ascensos y promociones. Estáis en vuestro derecho de pedir lo obvio, pero algunos no van a entender vuestra ironía.

miércoles, 14 de noviembre de 2007

Sostiene el profesor Blecua

que la lengua no es sexista. Se lo oigo decir en una emisora de radio. Él sabe bien de lo que habla así que nada que objetar. Pero sí añadir: puede que el sonido en sí no determine el significado; puede que las palabras, desnudas, no sean sexistas, pero sí el uso y las intenciones con que se pronuncian, se nombran y se escriben. Una intención ideológica que en muchos casos evoluciona con el tiempo. Por ejemplo: mujer pública significaba hasta el siglo pasado prostituta (mientras que hombre público se aplicaba a políticos y tribunos). Las demás eran mujeres privadas (es decir, propiedad privada de padres, maridos y hermanos con frecuencia). Hoy la carga peyorativa se ha diluido y mujer pública empieza a utilizarse como sinónimo de figura pública, política o celebridad del sexo femenino.
Algunas barreras caen, y otras deben caer. Apuesto por un feminismo plural (a condición de que sea de verdad feminismo), pero no entiendo que haya mujeres que después de llegar por méritos propios (y por la equiparación legal) a la cima de su profesión, digan esto: Yo he superado todos los obstáculos para llegar adonde estoy, pero que conste que no soy ingeniera, sino ingeniero. ¿Por qué esa matización? Tal vez tengan que superar aún algunas barreras mentales quienes defienden la tradición (en las palabras) antes que su esencia. Dejemos a los filólogos que clarifiquen los términos y no seamos tan agradecidas al sistema dominante.

lunes, 12 de noviembre de 2007

Hoy recorro

algunas calles madrileñas con la excusa de encontrar un viejo comercio. No lo encuentro y no doy por perdido el viaje. Me gusta deambular por calles que ya conozco y comprobar en qué han cambiado: siempre me sorprenden. Resuenan en mis oídos unas palabras que he escuchado en estos días: "Paz, piedad, perdón". Las dijo Azaña en 1938. Son conocidas, pero parecen nuevas. Me acompañan en mi corto viaje y las recorro al revés: "Perdón, piedad... Y paz". Cada vez me gusta más esta palabra que de niña consideraba antigua: piedad. Lo mío es una lucha entre lo profundo y lo banal, entre la novedad y la austeridad. Recorro calles y recorro palabras. De todo ello sólo retengo esto último: piedad. Por ti, por mí. Para ti, para mí.

domingo, 11 de noviembre de 2007

Lo dijo

Marguerite Yourcenar: "Con el tiempo me convertí en un escritor que ocasionalmente era mujer". No hay diferencias de género al abordar una ficción y dar voz a sus personajes. Sólo al comienzo de la escritura, las mujeres, como colectivo o como sujetos, pueden transparentar su voz, la visión diferente. Los hombres que escriben no se enfrentan a ese dilema, porque narran desde la convicción de que su voz masculina es universal. Las narradoras contemporáneas han conquistado o están a punto de conquistar esa visión universal o global.

viernes, 9 de noviembre de 2007

Hoy evoco

a la narradora y protagonista de Nada, Andrea: "Unos seres nacen para vivir, otros para trabajar, otros para mirar la vida. Yo tenía un pequeño y ruin papel de espectadora". Me resulta aterradora en estos momentos. Nuestra sociedad mantiene ese mezquino reparto de papeles.

jueves, 8 de noviembre de 2007

Hoy pienso

Como Henri Michaux: "Yo escribo para recorrerme, para saber quién soy". Y añado: "Y para dar otra vuelta de tuerca a la vida"