sábado, 31 de mayo de 2008

"Negros" y escritores fantasmas en literatura

Los negros en literatura son ya una tradición. Algunos reconocidos, otros ocultos y en ocasiones imaginados. Se dijo en su momento que Joan Prats (o Armand Olbiols) ayudaba a Mercè Rodoreda (1908-1983) con sus lecturas, críticas y consejos, a depurar el estilo de sus obras durante el largo periodo en que compartieron la vida. Se llegó a decir que Obiols intervino directamente en la escritura de la versión definitiva de Aloma, la primera de las novelas de Rodoreda reconocida por la autora y que tras una primera edición de 1938 fue corregida en publicada en 1968. Se dijo incluso que a Carmen Laforet su marido Manuel Cerezales, editor, no sólo le leyó el manuscrito de Nada con el que la autora ganó el Nadad, sino que le sugirió cortes y le editó algunos párrafoso o capítulos. Ahora bien, incluso aunque así hubiera sido, ¿no seguirían siendo ellas las autoras intelectuales de sus obras, las creadoras reales?

sábado, 24 de mayo de 2008

Más protección legal para los niños

Es curioso que a pesar de tantos avances democráticos y jurídicos, de pronto nos encontremos con incongurencias y déficits legales que se traducen en que la vida de algunos niños sea un infierno. Me refiero al hecho de que un padre que ha abusado o violado a un hijo siga teniendo la patria potestad sobre él. Se entiende que pudiera tener alguna clase de responsabilidad económica sobre él, pero en ningún caso ninguna potestad. El sentido común dice que esa patria potestad debería cesar una vez que ha sido condenado por ese delito que demuestra que padre, lo que se dice padre, no ha sido nunca.
No es así, al parecer la madre tendría que entablar un proceso judicial para que ese padre perdiera la patria potestad... Mientras tanto, puede ejercer de padre.
Es un reto más que tienen ante sí gobernantes y legisladores.

lunes, 19 de mayo de 2008

La duquesa de Langeois

Hace unos días disfruté de esta película, una de mis apuestas de la cartelera. El amigo que me la recomendó, además, me dijo que reconocería en ella algunos juegos de esgrima amorosa del estilo de los personajes Marc y Elsa, de mi novela Años en fuga (Acantilado, 2001) e incluso otros similares presentes en algunos relatos y cuentos aún inéditos que él sí ha leído.
Con tanta expectación, me adentré en la película. ¿Me gustó? La historia me interesó y la adaptación me pareció magnífica. No en vano se trata de una historia de Balzac y eso sube el listón; también las dificultades. Además, la música es soberbia y los escenarios ricos y elegantes. Un decorado muy apropiado para relajar la tensión diaria. He de reconocer que en algunos momentos me pareció larga Y en otros, las estratagemas de los amantes para acercarse y distanciarse, agotadoras. Y muy alejadas de la vida de hoy. Desde los rituales de seducción inicial, al castigo que infringe el amante contrariado, "acero contra acero" para anunciar la batalla. Todo eso, excepto la belleza que puede transmitir desde un punto de vista plástico, ¿qué tiene que ver con nuestros días? Y, por lo que a mí me atañe, ¿qué tienen que ver mis personajes contemporáneos con estos atormentados personajes de Blazac que rozan el sadomasoquismo y lo inconveniente?
Han pasado dos siglos y la educación sentimental ha cambiado tanto, por fortuna, que no se concibe ya la entrega por la entrega, y la libertad para querer sin violencia física o mental es sagrada. Estamos, por tanto ante una gran película, sí, y con moraleja incluida, pero ajena en buena parte a nuestras vidas.
¿Ajena? Quizás no tanto, quizás haya parejas que entiendan la seducción como una intermitente tortura psicológica. Por supuesto, si se llega a la violencia, eso tiene un nombre: delito. En cualquier caso, no creo que la seducción así entendida pueda prosperar, y en cualquier caso no lleva a ninguna parte.
Lo que sí creo, porque lo veo, es que hay parejas condenadas a no encontrarse por torpeza o egoísmo, sobre todo. Pero también por mantener hacia el otro posturas ambiguas o por culpa de una serie de azares pocos venturosos: se buscan a destiempo, y uno pide verse cuando el otro está a punto de salir de viaje o haciendo horas extras para sacar adelante un trabajo; o uno propone un plan maravilloso qu el otro ni considera porque tiene uno diferente decidido; o piden al otro algo demasiado difícil, pero no escuchan lo bastante como para aceptar lo que sí se le entrega... En fin, no quiero convertir esto en un galimatías ni en un código de despropósitos aún más retorcido que el de los personajes de la película. Sólo añadir que no siempre es la rigidez y el orgullo, como en La duquesa de Langeois, lo que separa hasta el infinito a las parejas, sino el despiste, el narcisismo, la necesidad de satisfacer en el mismo instante lo que se desea, y en cambio renunciar a esa satisfacción por no molestarse en pactar algo más factible... En definitiva, la falta de compromiso con el otro, no sólo en el sentido legal o moral, sino en el de contar realmente con él para lo que se persigue, ¿quizás estar juntos?

sábado, 17 de mayo de 2008

Constancia de la Mora/2


Carmen Laforet. Constancia de la Mora. El misterio las envuelve, pero esa sensación enigmática no sólo surge de ellas sino de la mirada del lector o el espectador.
Son, sin duda, figuras distintas. Carmen Laforet deslumbró con Nada, y luego trató de crecer como narradora, pero no siempre le convencía lo que escribía o lo que pretendía escribir. Fue un problema convinado de autoexigencia e inseguiridad. La insolación y algunos de sus cuentos y relatos demuestran que sí creció. Pero había en ella una herida, un ensimismamiento discontinuo y un sentido salvaje de la libertad (lo desarrollé en Mujeres de la posguerra) que la llevaron a ser errante, viajera, nómada de sí misma y de las gentes con las que convivía. Sus pérdidas de memoria posteriores, su selectiva elección de los amigos y finalmente su muerte, cierran un ciclo de enigmas. ¿Por qué dejó de escribir? ¿Por qué se rompió por dentro algunas veces? ¿Por qué a pesar de seguir escribiendo a veces a contrapelo, se le sigue asociando a Nada y nada más?
Siendo tan distintas, no deja de ser curioso que a Laforet le persiga para siempre el eco de Nada y a De la Mora el peso de Doble esplendor.
Constancia de la Mora no fue en absoluto una creadora, sino una mujer de acción. Ni siquiera fue una escritora en sentido genuino. Su única obra por excelencia, In place of Splendor (En el lugar del lujo en sentido literal, pero titulado en castellano, Doble esplendor), fue ante todo un testimonio precipitado y urgente. En el entorno de los exiliados soviéticos y mexicanos se decía que estas memorias habían sido escritas con la ayuda de los corresponsales de guerra norteamericanos que le hicieron de anfitriones, entre ellos Jay Allen, e incluso mientras escribía su biografía (La roja y la falangista. Planeta, 2006), alguien me dijo que el autor real era E. Hemingway. Era inverosímil, porque tenía que haber transcendido por fuerza al tratarse de un escritor tan conocido. Sin embargo, fue Margaret Hooks, una de las biógrafas de Tina Modotti, quien, al recabar información para su libro en el entorno de los exiliados mexicanos, descubrió y desveló después en Tina Modotti. Photographer an Revolutionary, que la autora material, o al menos la que le dio la última redacción a las memorias de Connie fue la guionista y novelista filocomunista Ruth McKenney. Es una posibilidad, desde luego. Lo que no significa que McKenney sea la autora en la sombra de In place in Splendor. El que diera un tono final al libro o corregiera parte de su estilo en inglés no la acredita como coautora. Por otra parte, no fue la única ayuda que recibió Constancia para elaborar In place of Splendor. Sin embargo, a pesar de saberse que Constancia de la Mora no había escrito al cien por cien su autobiografía, entre otras razones porque era materialmente improbable que lo hubiera escrito en tres o cuatro meses, Doble esplendor es una obra de culto. Después de todo, la vida de Constancia, su epopeya en busca de la libertad primero y posteriormente en pro de la supervivencia de la República, late en ese libro. Después de todo, Constancia no era escritora ni era su misión escribir un libro. ¿Dónde está la grandeza de Constancia? En el salto cualitativo de hija de la oligarquía a republicana de izquierdas; en el sentido político que adquirió en poco tiempo y que le llevó a comprender que la guerra se perdía porque las potencias, con el pacto de no intervención, estaban dando la espalda al gobierno republicano y dejándolo caer mientras Alemania e Italia rearmaban a Franco; en su desgarrada petición de ayuda a la sociedad norteamericana mientras la República agonizaba y Franco lejos de perdonar a los vencidos civiles anunciaba represalias... Sin olvidar su encendida denuncia de la indefensión de los exiliados retenidos en los campos franceses... En ese sentido, Doble esplendor fue un elemento de propaganda en manos de una mujer que se había convertido en un convencido agente propagandístico de la República. ¿Dónde están sus miserias? En su intransigencia, su sectarismo, su afán de protagonismo... Ahora bien, ¿cabe reprocharle que no fuera además escritora? ¿Cabe por eso afirmar que fue agente soviética, como algunos insinúan o que fue mala malísima? No está demostrado y no lo creo, además, como ya escribí en La roja y la falangista.
¿Cuáles son los misterios que todavía interesan en torno a Constancia de la Mora: ¿Por qué se fue apartando al final de sus días del PCE o de los dirigentes afincados en México? ¿Por qué su hija Luli que había ido como niña de guerra a la URRSS no salió de ese país en 1939 con Hidalgo de Cisneros, su padre legal y del que ostentaba su apellido y, en consecuencia, no se reunió con su madre hasta después de la Segunda Guerra Mundial? A pesar de su indiscutible lealtad a la República, ¿cuál era su ideología finalmente cuando murió? Más aún: Aunque su muerte fuera sólo un accidente como aparentemente hay que admitir, ¿estorbaba en esos momentos a alguien? Centrarse en su carácter o en su capacidad para maniobrar a su favor en determinados momentos de nuestra historia es banalizar una figura que siendo más o menos simpática, no fue en ningún momento mediocre.

jueves, 15 de mayo de 2008

Constancia de la Mora /La roja de La roja y la falangista


Supe por primera vez de la existencia de Constancia de la Mora (1906-1950), hija de la alta burguesía, nieta de Antonio Maura y republicana leal hasta el exilio, al preparar mi primer ensayo, Mujeres de la posguerra (Planeta, 2002). Entre la bibliografía que manejé me tropecé con esta figura escamoteada durante el franquismo. Todas las citas remitían a Doble esplendor (In place of Splendor), el alegato entre biográfico y memorialista que se publicó con su nombre en 1939 en Nueva York. Escritas en primera persona, estas memorias recorrían la juventud de Constancia de la Mora, a quien llamaron Connie desde la época que estudió en Cambridge, y narraban su primer fracaso matrimonial y su acercamiento a la España que se disponía a cambiar en 1931, la España que despertaba, como ella, de la ignorancia y la hipocresía. Esa necesidad de cambio y las libertades que traía la República para hombres y mujeres le hicieron abrazar su causa. Se divorció y se casó de nuevo con Ignacio Hidalgo de Cisneros, que con el tiempo sería jefe de aviación de la República. El golpe militar de 1936 que generó la Guerra Civil, la llevó a radicalizarse y a ingresar en el Partido Comunista, el más organizado, pensaba (al igual que su marido), y por tanto el más eficaz para oponerse los sublevados. La figura de Constancia, a la que había que unir el exilio y una muerte accidental y temprana, me fascinó y decidí investigar su historia. Tenía delante un fantasma de mujer republicana, burguesa, moderadamente feminista, ilustrada, políglota, y había que buscar su identidad, su realidad.
Lo hice, desde luego. Encontré esa realidad, envuelta en algún fantasma. No era todo como lo habían contado, quizás Constancia no era esa mujer culta y feminista que alguna bibliografía había cultivado; quizás Doble esplendor no era más que una obra propagandística, pero Connie, su historia, su epopeya, su derrota, merecían la pena ser contada.
Emilio Sanz de Soto fue quien me ofreció una nueva perspectiva de Constancia más allá de las citas de sus memorias que conocía. Amigo de Carmen Laforet, fui a hablar con él para que me contara su visión de la autora de Nada. Laforet constituía entonces mi principal interés, no en vano es la autora que abre Mujeres de la posguerra, libro inspirado inicialmente en su figura. Pero Sanz de Soto no sólo me habló de Carmen Laforet. Habló de forma caudalosa de muchas otras personas. Y me habló de Constancia de la Mora, añadiendo, además, que era hermana de Marichu (de la Mora), periodista veterana que acababa de fallecer por esos días. Marichu había sido falangista y se le había atribuído una relación muy estrecha con José Antonio Primo de Rivera. Después, con el paso del tiempo, Marichu fue una de esas españolas tan deseosas de modernidad y libertad que recibieron con los brazos abiertos la democracia. Pero en el 36 era el reverso de su hermana. Si la historia de Constancia era de por sí fascinante, la relación con su hermana Marichu, no podía soslayarse.
Cuando se publicó Mujeres de la posguerra, planteé un par de nuevas historias a mi editor, Ricardo Artola, entonces director de no ficción de Planeta. Una de las propuestas era trazar la biografía completa de Constancia de la Mora cruzándola con la de su hermana Marichu. Está claro que ésta fue la que prosperó.
En cierto modo, ocurrió lo mismo que con el libro anterior. Empecé con Carmen Laforet, persiguiendo su obra y su enigmática y a la vez nada ruidosa vida, y acabé haciendo un libro coral sobre su generación, sobre esas escritoras que nos dieron en su obra el espejo auténtico de las mujeres de la posguerra. Al final, Mujeres de la posguerra supuso publicar la biografía de CL y más (el recorrido por vidas tan apasionantes como las de C. Martin Gaite, Mercè Rodoreda, María Teresa León o María Zambrano. Estoy muy orgullosa del largo capítulo que escribí sobre CL en ese ensayo. Creo que está todo lo que hoy por hoy se puede saber (con permiso de Roberta Jhonson, su excelente crítica norteamericana) y decir de la autora de Nada y La insolación.
Con La roja y la falangista. Dos hermanas en la España del 36 (Planeta, 2006), volvió a repertirse el proceso. A pesar de ser licenciada en Historia Moderna y Contemporánea, me interesa mucho más, y por encima de casi todo, escribir, y elegí por tanto antes la perspectiva del escritor que del historiador. Por otra parte, la historia de las dos hermanas vistas a contraluz era muy potente. De ese modo, me embarqué en la vida de Constancia de la Mora con un ojo puesto en la evolución de su hermana Marichu. El resultado fue, debo reconocerlo, muy satisfactorio: dos biografías al precio de una, por así decirlo, usando un símil publicitario. Dos mujeres, dos hermanas, dos biografías. Me siento muy afortunada de haber llegado hasta el final de la vida de Constancia de la Mora, hasta ese final en una curva de una carretera polvorienta de Guatemala donde perdió extrañamente la vida. Por lo que sé de ella, por lo que escribí, Constancia de la Mora es ya mucho más para mí que la autora de Doble esplendor, que la nieta de Antonio Maura y que la esposa de Hidalgo de Cisneros.
Escribir esta historia casi novelesca, por cierto, no estuvo exenta de dificultades. Fue un empeño que hubiera dado un juego fascisnante desde la ficción. Quizás algún día merezca la pena contarlo de esa manera, echando ficción a la ficción. La novela de la novela que podría haber sido La roja y la falangista. Esa fue la gran tentación: hacer de ambas hermanas una novela. Pero es que la historia de Constancia de la Mora era real. Había que contarla y lo hice.

viernes, 2 de mayo de 2008

Buenos días, buena suerte

Una de las frases más afortunadas del presidente del Gobieno en su investidura y en sus últimas apariciones se refiere a su preocupación "por los que no tienen de todo". Justo y necesario empeño. La política tiene su componente de poder, pero su atractivo, al menos para quienes fuimos jóvenes en los setenta y los ochenta, está asociado a la posibilidad de cambiar las cosas. En especial para los menos favorecidos, de ahí su inexcusable componente moral. Hay una exigencia ética en esa promesa que no puede quedar en mera intencionalidad ni operación cosmética.
Uno de los campos que requieren más atención y medios, se ha dicho hasta la saciedad en las últimas semanas, es el de la administración de la justicia. Especialmente preocupante es la cadena de delitos cometidos en el ámbito privado de consecuencias monstruosas, desde la muerte de Mari Luz Cortés a la de esa madre decapitada por su hijo enfermo cuyo drama anunciado parecía no tener eco en nuestro sistema. Sin embargo, son precisamente estos delitos que causan un dolor cierto en las personas, al hacer referencia a su libertad y a su vida, los que deberían concitar más atención. Es increíble que mientras cualquier desaprensivo o aprovechado puede acusar de cualquier cosa a un ciudadano honrado, y obligarle en consecuencia a demostrar que tal infundio o no es cierto, en el otro extremo, se permita que sujetos potencialmente peligrosos o incluso ya condenados logren evadirse del sistema para seguir amenazando o vejando a sus familiares o a seres indefensos con los que se tropiezan. Vivimos en una sociedad paradójica, y la administración de justicia no es ajena a esta paradoja: por un lado el garantismo, necesario a todas luces en una sociedad democrática, puede dar momentánea cobertura a conductas inadmisibles o al menos dilatar su castigo; por otro lado, el elevado volumen de causas que llegan a los juzgados, a veces por motivos nimios o inflados, incrementa el riesgo de que los casos graves no puedan ser atendidos con el debido mimo. Hace poco un magistrado encargado de casos de violencia doméstica exponía en un periódico nacional su impotencia y hasta su angustia, al no dar abasto y tener que irse a dormir cada día con un montón de expedientes no valorados ni leídos. Este hombre sensible y responsable vivía en la cuerda floja de no saber si de entre sus casos pendientes podría surgir un fatal desenlace, un maltratador convertido en asesino.
El presidente del Gobierno reconoció hace unos días que se deben reorganizar los recursos y agilizar los datos informáticos para evitar que se repitan casos irreparables como los de Mari Luz.
Los retos son muchos, pero el impulso ético es un signo de identidad europeo y socialdemócrata que debe guiar la vida pública y no sólo la privada. Los que eramos adolescentes cuando surgió la revuelta de mayo del 68 nunca hemos dejado de soñar en un mundo más justo, y acaso algo más perfecto, aunque a menudo parezca inalcanzable.
Los que también bebimos entonces del espíritu aperturista del concilio Vaticano II, aunque fuera sólo por nuestra condición de contemporáneos, sumanos a nuestra mochila biográfica y cultural por partida doble cierto sentido del servicio y de la ética aplicados a las realidades humanas más precarias.
Han pasado ya muchos años desde entonces y el duro juego de la vida real está bien lejos de parecerse a una Ong, pero tantas utopías dejaron su huella. Y algunas son irrenunciables.

jueves, 1 de mayo de 2008

Mujeres, música y teatro

Tres obras de teatro interesantes para ver estos días en Madrid. La música, de Marguerite Duras; una versión teatral de La plaza del Diamante, de la fascinante Mercè Rodoreda, con la inmortal Colometa en el escenario, y Mujeres ante el espejo, una sugerente pieza que reúne frente a frente a dos prototipos femeninos.
Son interesantes por supuesto no tanto porque giren en torno a las mujeres sino porque suponen un punto de vista sugestivo y diferente sobre las mujeres, sean éstas creadoras, personajes o intérpretes.