martes, 23 de octubre de 2012

María Moliner, personaje de teatro

Era una desconocida hasta hace poco, a pesar de ser la autora del Diccionario de uso del español, El Moliner. El diccionario más completo, útil y divertido de la lengua castellana, como evocaba García Márquez. Pero la figura de María Moliner, cada vez más visible (se le han dedicado decenas de bibliotecas y son muchos los colegios e institutos con su nombre), empieza a despertar el interés de dramaturgos y escenógrafos. El teatro La Abadía se inspira en ella y su obra monumental para montar una de sus obras de este otoño, El diccionario, de Manuel Calzada y José Carlos Plaza. Con Vicky Peña (que encarna a María Moliner), Helio Pedregal y Lander Iglesias. ¡Vaya regalo (y sin duda, reto) Vicky Peña!

P. D. Hay también en marcha una ópera.

jueves, 18 de octubre de 2012

María Blanchard y Federico García Lorca

Federico García Lorca escribió y leyó en el Ateneo en 1932 "Elegía a María Blanchard" para recordar su muerte. El poeta recordaba que la descubrió siendo un adolescente, al contemplar Cuatro bañistas y un fauno (Ninfas encadenando a Sileno, 1910). "La energía del color puesto en la espátula, la trabazón de las materias y el desenfado de la composición me hicieron pensar en una María alta, vestida de rojo, opulenta y tiernamente cursi como una amazona. Los muchachos llevan un carnet blanco, que no abren más que a la luz de la luna, donde apuntan los nombres de las mujeres que no conocen para llevarlas a una alcoba de musgos y caracoles iluminados, siempre en lo alto de las torres". El adolescente que era Lorca entonces se veía a sí mismo todavía demasiado pequeño para relacionarse con la pintora. Alguien le dijo que la artista era jorobada y, desconcertado, empezó a ver que la energía que desprendía su paleta se basaba en la pasión por la pintura, en la defensa de su libertad, y en el deseo de volar alto y lejos de la mediocridad que la rodeaba. En España, algunos de sus alumnos se reían de ella por su baja estatura, su pelo corto y su falta de atractivo, pero fue capaz de marcharse a París, compartir estudio con Diego Rivera y vivir de la pintura. Todo ello al principio del siglo XX. No en vano Blanchard es una figura imprescindible dentro del movimiento cubista.

miércoles, 17 de octubre de 2012

María Blanchard, por fin

Este es el año en que reaparece María Blanchard (Santander 1881-París 1932). El Museo Reina Sofía presenta una gran antológica de la obra de la pintora cántabra. Un acontecimiento que tiene algo de rescate pictórico. Antes del verano la Fundación Botín ya había expuesto en Santander una selección de obras cubistas de la creadora. Reaparece por tanto esta pintora que trabajó en París de forma estrecha con Juan Gris (y a su misma altura, aunque algunas de sus obras se le hayan atribuido a Gris) o Diego Rivera. Marcada por su físico, poco acorde con su alto concepto de la belleza, su educación refinada y sus ansias de crearse una identidad propia como pintora, Blanchard se lanzó a vivir en París y compartir la bohemia y la precariedad con otros artistas de su generación. Pero siempre como una igual, como un miembro más de aquella especie de club o secta peculiar que fue el cubismo, entregada al lenguaje pictórico con una exigente pasión. A su muerte, su familia retiró parte de su obra (por eso sus estudiosos, como María José Salazar, han tenido que recatalagar cuadros con la firma borrada y atribuida a otros cubistas) y Blanchard cayó en el abismo del olvido. Relativo, porque era de ley que fuera recuperada. "Era jorobada y alzaba poco más de cuatro pies del suelo. Por encima de su cuerpo deforme había una hermosa cabeza", relataba Diego Rivera en sus memorias. "Sus manos, eran, también, las más bellas manos que yo jamás haya visto".