lunes, 2 de enero de 2023

Un inesperado regalo desde el exquisito y Reino de Redonda (En memoria de Javier Marías)





No pensaba contarlo ahora, sino escribir de ello más adelante, o en un registro distinto, en otro contexto. Apuntaré solo que la semana pasada recibí un regalo que no esperaba de manos de una persona que apenas conocía y que me hizo sentir por unos momentos afortunada. Cuando aparecen en una una misma frase lo inesperado con la idea de obsequio o dádiva, la sorpresa suele ser doble. Todo empezó en vísperas de Navidad, en la tarde del 19 de diciembre, cuando una amiga que vive por el centro de Madrid, en las cercanías de la calle Mayor, me telefoneó. No pude contestar la llamada porque me encontraba en la presentación del libro Alma, nostalgia, armonía y otros relatos sobre las palabras, escrito por la escritora y académica Soledad Puértolas y la filóloga Elena Cianca. Contesté a mi amiga al día siguiente, pero ella estaba terminando un trabajo en ese momento y nos emplazamos a telefonearnos días después. Cuando hablamos, me comentó que me llamó, entre otros motivos, porque había visto, días atrás, un camión de mudanzas junto a la finca en la que había vivido el escritor Javier Marías y que por el tipo de cajas que sacaban, precintadas unas y a punto de cerrarse otras, había supuesto que contenían libros. No llegó a acercarse, pues llevaba prisa, pero imaginó que tal vez la mudanza procediera del domicilio del novelista, que, como muchos lectores saben, vivía de alquiler.  Lo intuyó, además, porque le pareció ver junto junto a la entrada del portal a algunas personas con uno o varios libros en la mano. Me preguntó si yo podía enterarme de si había algún proyecto para mantener la biblioteca del escritor y su entorno de trabajo en un lugar estable, aunque no fuera en el exacto lugar en el que había residido. Era algo que se había comentado entre gente de la cultura del barrio -el de ella y el que había sido durante años de Javier Marías- y había cierta expectación por el destino de aquella inmensa biblioteca que algunas tardes se vislumbraba desde la plaza a la que daba la vivienda del escritor y que a partir de ahora, quizás ya no se pudiera contemplar. 



Paso de vez en cuando por la plaza donde tenía su estudio y vivienda el escritor de Todas las almas y Cuando fui mortal, camino de la moderna biblioteca pública Iván de Vargas, o en dirección a la calle Toledo y alrededores. Conocía el portal, amplio y antiguo, de la finca, y fue en la tarde del 29, a punto de anochecer, cuando tuve ocasión de cruzar la plaza tras la conversación con mi amiga. Recordé lo que me contó, me detuve en la puerta y miré hacia el interior por si estaba el conserje. En realidad era una conserje. No se sorprendió de que le preguntara si se había efectuado el traslado de los libros y enseres de la vivienda del escritor, pero me aclaró que no, que la biblioteca personal estaba intacta y que la familia decidiría su destino. Lo que sí se había hecho era la mudanza de un segundo apartamento, también alquilado, que Marías utilizaba como almacén y oficina de su exquisita editorial Reino de Redonda. Este apartamento debía quedar libre y su contenido, tanto en libros como el material acumulado, se había recogido y trasladado, salvo unos pocos ejemplares repetidos del propio autor que no cabían en las cajas.  Se planteó si dejarlos en el apartamento para quien lo habite de nuevo, pero durante la mudanza hubo lectores o vecinos que se acercaron a preguntar por ellos y la conserje guardó en la portería los pocos títulos sobrantes. Le pregunté si entre esos libros había, por suerte, algún ejemplar de Reino de Redonda y me aclaró que no, que solo eran ejemplares repetidos de los que mandan las editoriales al propio autor cuando se produce una reedición de su obra. Se trataba de hecho de algunas novelas en edición de bolsillo y un libro menos conocido, Vidas Escritas. Le conté a la conserje que había leído casi todo de Javier Marías desde los años en que publicó Los dominios del lobo El hombre sentimental y que Vidas Escritas, a la que había accedido gracias al préstamo bibliotecario, es fascinante. Había anochecido ya y la conserje estaba a punto de cerrar el portal, porque su jornada acababa, pero tuvimos tiempo de intercambiar opiniones rápidas sobre el escritor, de quien hablaba con cariño, y su literatura. Entendió que no iba a curiosear y me emplazó a que volviera al día siguiente para regalarme una novela de bolsillo o el título del que tenía varios ejemplares, Vidas Escritas







 Cerró la puerta y nos despedimos. Evoqué después la conmoción que causó hace unos meses la noticia de la desaparición del escritor: fui de los lectores de Marías que, al conocer su muerte, inesperada y temprana, experimenté una sensación de incredulidad. No porque lo creyéramos inmortal, sino porque tenía aún por delante muchos años de actividad creadora. Evoqué entonces, al escuchar  que había fallecido, que hacía unos años, poco antes de la pandemia -ni él ni yo llevábamos entonces mascarilla-, coincidí con el novelista por el entorno de la plaza de Oriente y los alrededores de la Encarnación y me comentó que le habían operado de la espalda -tuvieron que volver a hacerlo- y le habían recomendado tomar el sol. Por eso paseaba por aquella zona tranquila y soleada con su discreción habitual, intentando no llamar la atención. Hablamos de Berta Isla, y me señaló un alto piso cercano que daba a Arrieta y a la plaza de Oriente donde vivían unos amigos y que le había servido de inspiración para situar el domicilio del personaje fundamental de la novela. Evoqué también que le había entrevistado a finales de los ochenta en el café Gijón para el periódico en que trabajaba en ese tiempo. 
     Bajo el impacto de la noticia de su muerte, busqué en las estanterías de mi biblioteca sus libros, y aunque encontré varios de ellos, comprobé con sorpresa que no tenía todos los que había leído en su momento. Quizás alguno se había perdido en mis propias mudanzas, o lo había prestado o recomendado a alguien. Me di cuenta, además, de que no había llegado a leer toda su obra: me faltaba por leer la colección de biografías de escritores -Vidas Escritas- y Negra espalda del tiempo, además de la última novela publicada, la continuación de Berta Isla. Suponía que en cualquier librería podría adquirir Tomás Nevinson, pero me fui a la amplia biblioteca del Conde Duque a ver si encontraba los anteriores. En efecto, me llevé en préstamo Vidas escritas y Negra espalda del tiempo y, una vez leídos, los devolví. 
      El azar me traía de nuevo Vidas escritas, intuí, siempre que volviera a visitar a la conserje. Fui a la mañana siguiente y, con su habitual amabilidad, me mostró los pocos títulos que todavía conservaba: la citada obra de biografías de escritores, observados desde la particular óptica del narrador -no todas biografías al uso, pero con una penetración fascinante y una escritura exquisita-, en edición de 1992, y algún otro de bolsillo que leí hace muchos años y que volvía tener a mi alcance. Nada nuevo para leer, pero sí un pequeño botín para releer. De manos de una mujer que conoció al escritor y trabajó para él y el resto de los vecinos y que no se sentía ajena a su obra. No suelo ser mitómana, salvo excepciones, y esta lo era. Me parecía que esta inesperada oportunidad era un guiño del escritor a la lectora (y a la periodista y escritora). Un hilo invisible entre mi universo lector y ese remoto y ya etéreo Reino de Redonda sideral, espejo del que quedó en la tierra, donde quizás transite ahora Marías. No podía prescindir de un regalo tan cargado de sentido y tan ligado a mi experiencia generacional como lectora del autor de Los enamoramientosTu rostro mañana.