sábado, 31 de diciembre de 2016

"Tierno vegetal y rico mineral": Cossío, el hombre paisaje, en una exposición

Una exposición evoca en Madrid a Manuel B. Cossío (1857-1935), el gran pedagogo y experto en arte. Nombrar a Cossío es hablar de la Institución Libre de Enseñanza, de El Greco, de las Misiones Pedagógicas y de las corrientes pedagógicas que se asentaron en España en el primer tercio del siglo XX. La exposición (en la sede de la Fundación Giner de los Ríos, en el número 14 de la calle General Martínez Campos, en Madrid) presenta tres bloques: sus ideas sobre la educación, su aportación al estudio de El Greco y su proyecto de crear las Misiones Pedagógicas en los años treinta. La exposición se centra en sus investigaciones sobre el pintor (con visitas formativas al extranjero pensionado por la Junta de Ampliación de Estudios) que fructificaron en su clarificadora visión de El Greco (reuniendo en su ensayo todo lo publicado sobre el artista) y su ligazón con la ciudad de Toledo. Lo subterráneo, lo que requiere una segunda mirada y un posterior desarrollo es su labor pedagógica. Baste como muestra el audio de su disertación sobre La educación del niño del 6 de diciembre de 1931 (recogida en el Archivo de la Palabra del Centro de Estudios Históricos). En esta intervención (que puede verse y escucharse en la exposición) Cossío explica que la educación de los primeros años es la más importante en la vida de un individuo y que en ella no se puede escatimar. Ironiza sobre la costumbre de dotar de pocos medios a la educación primaria, pensando que para lo que van a aprender en esos tiernos años vale cualquier profesor al que se pague poco. Justo lo contrario de lo que él defendía: enseñanza de calidad en las primeras etapas educativas, desaparición de las jerarquías en el profesorado, destinando a los mejor preparados a los destinos más difíciles...Qué vuelco ha dado ese pensamiento en las últimas décadas y qué actual sigue siendo su crítica: quien sabe cuánto costará en el futuro la desidia de algunos profesores con los alumnos menos fáciles y los recortes en la enseñanza pública.
Otra faceta que apenas queda reseñada en la exposición es su empeño en que las Misiones contribuyeran a paliar la desigualdad entre la ciudad y el campo en aquellos tiempos y el abandono en que malvivían las poblaciones rurales. Solo la ilusión y la esperanza de cambiar aquella sociedad pudo convocar a tantos intelectuales y artistas a llevar el teatro, la música, el cine y la lectura a los pueblos más perdidos, a los que accedían a veces a caballo por estrechos desfiladeros. Cossío fue el alma de las Misiones Pedagógicas, pero fue también el cerebro de muchos otros proyectos que modernizaron la Universidad y la carrera de Magisterio, llevando así a cabo la idea de formar buenos docentes que transformaran la enseñanza tradicional.

María Sánchez Arbós fue una de esas maestras que siguió los pasos de de María de Maeztu y que  tuvo en él a su principal inspirador. María Moliner fue la perfecta alumna de la ILE durante su breve paso por aquel centro en el que hablar con Cossío y exponerle sus anhelos le aprovechaba tanto o más que estudiar las asignaturas por su cuenta para examinarse de bachillerato por libre en el instituto Cardenal Cisneros.

 Qué feliz era la jovencísima María Moliner cuando tenía la oportunidad de volver a su antiguo colegio del entonces paseo del Obelisco (el mismo espacio en el que ahora se recoge la muestra) para saludar a su querido señor Cossío y contarle sus proyectos tras haber aprobado las oposiciones como archivera y bibliotecaria. No es extraño que la bibliotecaria se entusiasmara con las Misiones Pedagógicas y colaborara desde el principio llevando libros a las principales poblaciones de Valencia, donde vivía. No es extraño tampoco que la antigua alumna María Moliner decidiera a los cincuenta años, cuando su carrera de bibliotecaria estaba estancada, que tenía que hacer algo más, por ejemplo, el Diccionario de Uso del español.
El señor Cossío fue mucho para muchos en España. Su amistad con los ministros de Instrucción Pública en los años treinta y su magisterio e influencia sobre los principales catedráticos de la época permitieron que sus ideas avanzaran.


Juan Ramón, que le conocía bien, no en vano vivió en la Residencia de Estudiantes, obra de la ILE, le hizo un amplio y certero retrato lleno de poesía y penetración psicológica. Dentro de ese poema en porsa, el poeta abrió un paréntesis. ("Tiene algo Cossío de tierno vegetal y de rico mineral; pocos hombres me han parecido tan paisaje)". Una síntesis acertada. Pocos hombres tan arborescentes, tan influyentes e inspiradores como el señor Cossío.
   

martes, 20 de diciembre de 2016

La serie "Lo que escondían sus ojos"

He seguido, como tantos, la serie de televisión que narra la historia de amor extraconyugal entre Sonsoles de Icaza, marquesa de Llanzol, y Ramón Serrano Súñer al comienzo de los años cuarenta. En los años en que los españoles sufrían el rigor de la posguerra y la dictadura se asentaba en una atmósfera de victoria, represión y privilegiadas relaciones con los países que habían apoyado al general Franco durante la Guerra Civil, la Alemania nazi y la Italia fascista, inmersos ya en la Segunda Guerra Mundial. Voy a obviar el dilema que plantea reflejar en cine o televisión una historia de amor real en su doble vertiente privada e histórica, es decir, la dificultad -y la oportunidad o no- de hacer ficción con un hecho conocido y representar  a sus protagonistas. Hacerlos vivir no ya en la imaginación del lector sino en pantalla, lo que obliga a que esa historia tome cuerpo y adquiera una realidad paralela a la histórica. En este sentido, una de las críticas que se le han hecho a la serie, la elección de los actores protagonistas y su caracterización, puede convertirse en una virtud: en la medida en que el telespectador no siempre reconoce en ellos las figuras de los personajes encarnados, algunos tan conocidos como Serrano Súñer, la serie se convierte en una nueva ficción de los hechos que narra. No es un documental histórico en el que se incluye una apasionante historia privada, sino una recreación de una relación que por afectar a personalidades relevantes cuenta, como telón de fondo, con flecos políticos y sociales. La serie pasa a ser así una aproximación, una versión pública y visual de unos hechos del pasado que solo sus protagonistas conocieron en toda su dimensión. Y eso protege, de rechazo, aunque sea en diferido, la intimidad de la marquesa de Llanzol, la de su hija Carmen Díez de Rivera,  la de Serranos Súñer y la de sus respectivos allegados. La serie cuenta o trata de contar su historia. Pero no es exactamente su historia.
He seguido la serie por tres razones: en primer lugar, como la mayoría de los telespectadores, por la fuerza de esa relación extraconyugal en la España timorata y nacionalcatólica, protagonizada por dos figuras de la política y la alta sociedad. En segundo lugar por el momento histórico en que se desarrolla y el interés que suscita en mí esa época en que Franco, el general ganador, se reinventa en dictador de un régimen personalista apoyándose en la Falange, el Ejército vencedor y las fuerzas tradicionalistas. Y en tercer lugar porque conocí y respeté a Carmen Díez de Rivera, la joven que, tras vivir en la ignorancia durante años sobre su origen, supo transformarse en una mujer útil a la sociedad, capaz, inteligente, implacable con los mediocres (en el sentido intelectual y moral) y exigente consigo misma.
Sin duda, la serie cumple con el primer objetivo: visibilizar un amor clandestino que, con todas sus contradicciones y sus inexactitudes, tuvo algo de verdad (al final la literatura, el cine y la vida misma tratan fundamentalmente de eso, se llame amor o pasión). Una verdad que refleja los usos y costumbres de la clase alta en la España franquista y muestra la falsa moral y la hipocresía de aquella època. Un ejemplo más de cómo la realidad supera a la ficción, y cómo en las sociedades aparentemente cerradas surgen vías de escape y formas de vida paralelas.
 La serie, sin embargo, no responde a las expectativas creadas respecto al momento histórico, en parte porque no era ese su propósito y porque se ciñe a una novela. Se ha logrado una buena ambientación y hay ciertas pinceladas de época, pero si el telespectador interesado quiere ahondar, tendrá que leer por su cuenta. Al centrarse la trama en los amores del cuñadísimo y la madre de Carmen Díez de Rivera, la parte histórica queda simplificada. Serrano Súñer fue un personaje poliédrico y controvertido, y la serie, al hacer hincapié en su atractivo y en su papel de amante, distorsiona su figura, hasta hacerla incluso amable -y mas aún si se compara su rotundidad de carácter y el mundo en que se mueve como ministro de Exteriores con el provincianismo que impera en los tés del Pardo-.
En los años en que transcurre la historia, Serrano Súñer gozaba de un gran poder: fue el principal valedor ante Franco de los falangistas, además de promover un trato excepcional con Alemania e Italia. La División Azul supuso un claro apoyo a Alemania de forma indirecta. Muy pronto, algunos de sus amigos falangistas más fogosos, como Dionisio Ridruejo, emprendieron el viaje de vuelta, se alejaron del Régimen y se reconciliaron con la democracia. No fue ese el caso de Serrano Súñer: él no hizo ese trayecto cuando Franco prescindió de él, aunque, pasado el tiempo, analizara su trayectoria con el distanciamiento e inteligencia que le caracterizaban. La derrota alemana ya introdujo una inflexión: la política de confraternización con el régimen nazi ya no tenía sentido, había sido invalidada  -al igual que las primeras ideas de Serrano Súñer-, y a la dictadura no le interesaba la homologación o connivencia con las potencias perdedoras. El cuñadísimo, además, tuvo la suerte de ser un hombre longevo: sobrevivió a amigos y enemigos y pudo así analizar sus trayectorias y la del Régimen que había servido con perspectiva. Pudo comprender, en todo caso, en qué se había equivocado él y el régimen franquista, aunque eso no signifique que en el momento en que actuó fuera algo más liberal o menos beligerante que su cuñado.
En consecuencia, poco o nada aporta la serie desde el punto de vista histórico, aunque sí refleje una época.
De ella, más allá del entretenimiento y el morbo, queda el esfuerzo y dignidad de Carmen Díez de Rivera. Es evidente que su vida dio un giro radical a los 17 años, y que lo dio para bien, aunque el coste fuera terrible, casi sobrehumano. La adolescente algo ingenua y apasionada, de ideas o costumbres tradicionales, dio paso a una mujer que conoció el dolor de los otros en África, que pasó por la Sorbona y la Complutense, que corrió delante de los grises, y que tras una primera aproximación política al ideario de Ridruejo se afilió al PSP de Tierno. Entre medias colaboró en la secretaría de Suárez siendo este director de RTVE y más tarde fue su jefa de gabinete en Presidencia.  Y fue muy útil, aunque algunos solo la vieran como musa o inspiradora de los grandes cambios políticos. Fue mucho más, fue un acicate.
Díez de Rivera tuvo, además, una segunda etapa política tan fructífera como la de la Transición. Su largo periodo como eurodiputada, primero con el CDS y, una vez que este partido entró en la Internacional Liberal, con el PSOE, donde se sintió integrada sin perder su singularidad.

Era un animal político y por tanto fue feliz haciendo política. Últimamente se ha insistido en exceso en ese gran desgarro vital adolescente que le obligó a cambiar de vida tras conocer "la verdad" de su filiación biológica. Se olvida que fue también una niña feliz y querida por su padre legal y real, Francisco de Paula Díez de Rivera (el personaje más logrado de la serie, además). Aquel terrible desengaño no fue ni lo más importante ni lo único que pesó en su vida.  Al final, no importa tanto lo que cada uno sufre (eso queda en la esfera íntima y en la conciencia) o lo que no consigue, sino lo que hace. Y Carmen hizo. Fue ella misma, más allá de quienes fueran sus padres.

domingo, 20 de noviembre de 2016

Adolfo Suárez, la Monarquía y la frágil memoria colectiva

Adolfo Suárez fue el primer presidente de la democracia española tras la larga dictadura franquista y la devastadora Guerra Civil. La Constitución de 1978, votada por los ciudadanos durante la Transición, enlazó en su vocación democrática con la Constitución de 1931, la republicana, interrumpida abrupta y violentamente en 1936. Durante los años siguientes, los de la guerra, el gobierno republicano seguía teniendo la legitimidad, pero el juego democrático y parlamentario quedó paralizado. Lo que importaba era defender la legalidad democrática y reducir a los sublevados que, al final, como es sabido, ganaron la partida, con la ayuda de Alemania e Italia. Una vez derrotada la República, y con ella la democracia, los sublevados tomaron el poder y España pasó a ser una dictadura encarnada en el general Francisco Franco (al tiempo que los leales a la legalidad democrática pasaron a ser rebeldes para el nuevo régimen, y por consiguiente fueron perseguidos, encarcelados y en algunos casos fusilados).
Sobre ese erial, sobre ese dolor colectivo, sobre esa ausencia de discurso democrático (mantenido solo por la oposición, cada vez más amplia y plural al final de la dictadura), Adolfo Suárez, con gran audacia, se lanzó a recuperar las libertades (junto a otros) una vez que falleció el dictador. La democracia la pedía la calle, altas instancias que querían que España dejara de ser una excepción para homologarse con los países democráticos occidentales y, por supuesto, la oposición del interior y el exterior. La ley de Reforma Política permitió desmontar el régimen franquista sin  pedir responsabilidades políticas a los que habían sustentado la dictadura, pero les obligaba, de forma persuasiva, pero inapelable, a aceptar la democracia. Fue una deconstrucción pacífica y pactada. El 15 de junio de 1977, los españoles votaron por primera vez, y de esas elecciones salieron las Cortes constituyentes que elaboraron la Constitución de 1978.
Ahora, unas secuencias de video que no habían sido emitidas en su momento, y que fueron desechadas al editarse el material que recogía una entrevista de Victoria Prego con el expresidente Suárez en 1995, plantean de forma un tanto oportunista, por qué no se votó entonces si los españoles querían República o Monarquía. Tal como se vio en la Sexta el viernes, Suárez, en un momento de la entrevista en que se le ve confiado, aunque también cansado, dice, fuera de micro, es decir, off the record, que no se llevó a cabo este referéndum porque las encuestas que manejaban indicaban que perdía la Monarquía. Sin embargo, el director del periódico El Mundo, Pedro G. Cuartango, desmiente que esto fuera así, y asegura que Suárez empezaba a estar ya afectado por los inicios de la enfermedad de la pérdida de memoria que iba a sufrir en sus últimos años de vida.
Creo que Pedro G. Cuartango podría no andar del todo descaminado. Lo que no significa que Suárez mintiera o quisiera hacerlo en esa entrevista. No tenemos tampoco datos para pensar que el expresidente se encontrara en los inicios de su posterior enfermedad. Suárez ya le había comentado antes a la periodista que un poco tontamente le estaba hablando de varios temas, se estaba explayando y en un momento en que parece fatigado, le da un dato sin aclarar de qué época fueron esas encuestas y si se hicieron con una finalidad clara o si, por el contrario, esos datos se dedujeron de otras preguntas. En una entrevista no siempre se capta el sentido último de la pregunta -suponiendo que la entrevistadora manifestara entonces una intencionalidad coincidente con el enfoque que se le está dando en estas fechas-  y se responde lo que se entiende que se quiere saber -o lo que el entrevistado estima importante-. Lo que parece impensable es que en 1975, o en 1976, un régimen dictatorial que se derrumbaba a cámara lenta porque se había quedado sin dictador y los españoles querían ya democracia, permitiera una consulta con esa disyuntiva. Si hubo encuestas sería para pulsar la opinión, no para llevar a cabo en esos momentos una consulta. Que hubiera conversaciones -entonces se hablaba mucho y se pactaba más pues nadie quería el horror de un nuevo enfrentamiento ni la prolongación de un anacrónico régimen autoritario- no significa que fuera un tema crucial. Que Felipe González pidiera a Suárez ese referéndum tampoco debe de extrañar, pues el PSOE siempre fue, hasta 1978, republicano. Es más, sospecho que el presidente Suárez se refirió en esa entrevista a que se barajó la idea de hacer una consulta para refrendar la Monarquía y que finalmente se descartó -probablemente porque, como él mismo explicó a la entrevistadora, no había garantía de que fuera respaldada- y se optó por incluirla en la Ley de Reforma Política. No que estuviera previsto hacer por las buenas un referéndum entre Monarquía y República. El ya agónico régimen franquista no hubiera consentido esa consulta, pues si se plegó al cambio fue porque la jefatura de Estado iba a encarnarla Juan Carlos I, aunque sus competencias, con la Constitución del 78, quedaran reducidas: ya no iba a ser el monarca diseñado por el antiguo régimen, sino el representante de una Monarquía parlamentaria. Tampoco era algo crucial: el dilema era elegir entre un continuismo sin sentido (y por tanto suicida) y la democracia (aunque los más exigentes reclamaran que además de democracia hubiera ruptura, algo tan traumático como irrealizable, pues se trataba de que fueran las nuevas leyes las que permitieran el definitivo  alejamiento del pasado, sin dinamitarlo), y no entre Monarquía y República.
Por otra parte, las razones por las que no ganara entonces en una consulta la Monarquía podían ser muy variadas. Para empezar, hacía tiempo que los españoles no sabían ni qué era un Rey ni qué era un presidente de una República: solo conocían una dictadura gobernada por un militar (así que los que ahora se regocijan pensando que entonces había muchos republicanos lo mismo se llevan un chasco, porque una parte de quienes no querían Monarquía o ese Rey en concreto que alentaba reformas, tal vez añoraban otro Franco, un militar autoritario). El tema más espinoso que tuvo que afrontar Adolfo Suárez fue la legalización del Partido Comunista de España, ya que había dentro del régimen que se estaba transformando a marchas forzadas, partidarios de una democracia limitada y meramente formal (con varios partidos, pero sin el PCE). frente a los que entendían que era necesario que la democracia fuera plena (con el PCE) y sin sombra de duda o ambigüedad. Pero antes de ser legalizado (y pese a que tantos recalcitrantes se rasgaron las vestiduras), Carrillo ya había aceptado la Monarquía como solución.
La historia es una ciencia apasionante porque da lecciones constantes y gratuitas a los que vienen detrás o viven el presente. Otra cosa es que se quieran leer o interpretar. No hubo referéndum pues en el 78 sobre ese tema. La Monarquía parlamentaria pasó a formar parte así de la Constitución.
Valoro en mucho la experiencia de la Segunda República, sobre todo en el ámbito de la cultura, la dignificación de los trabajadores, los derechos de la mujer, su combate por la educación y por la erradicación del analfabetismo y la ignorancia. Es un error confundir la Segunda República con la Guerra Civil, pues se trata de dos etapas distintas, y la primera no llevó a la otra (lo que llevó a la otra fue la intolerancia y la falta de convicciones democráticas de sus actores). Sin embargo, no había más democracia entonces que ahora, y muchos de los temas que quedaron resueltos entonces (los Estatutos de autonomía de Cataluña y Euskadi, por ejemplo), fueron recuperados y ampliados en la Transición. Es innegable que este es  un referéndum que se puede plantear (no porque haya quedado pendiente sino porque haya un clamor que lo pida serenamente en algún momento), pero lo que no tiene sentido es que cada generación quiera plantear todo a la vez y en cada momento histórico, en especial lo que sus padres resolvieron con suficiente consenso. Picasso dejó bien claro que el Guernica (que fue un encargo del Gobierno republicano para que representara a España en París) vendría a España cuando volviera la República. No obstante, sus herederos decidieron que, una vez que había democracia, y aunque no hubiera República, el Guernica podía volver. Y ahí está, en el Centro de Arte Reina Sofía.

   La forma de la jefatura de Estado no es una prioridad para los ciudadanos en estos momentos en que la sociedad se ve decepcionada y golpeada por una serie de condicionamientos económicos y por una acomodación de los políticos a sus votos clientelares (sus partidarios) y no a la mayoría. Y menos cuando parte de los que quieren resucitar esta cuestión alientan respuestas emocionales respecto al nacionalismo en otros territorios del Estado. Todo a la vez es un planteamiento adolescente que puede ilusionar a algunos pero no a costa de los derechos democráticos ya ganados.

martes, 2 de agosto de 2016

Algunas lecturas, el mismo mar

El verano es una estación de paso, también en el aspecto espiritual y anímico, Es un tiempo que pasa, diurno, sobre todo cuando las vacaciones giran en torno al sol, al mar y al aire libre. Somos forasteros de un tiempo conocido que inaugura rutinas alternativas a las habituales, pero que finalmente se va. Anoche, frente al mar, pensé que una vez que oscurece, la playa deja de ser en cierto modo playa, paisaje y compañía. "Anochece  frente al mar. La hora de la verdad. O de las verdades. Cada uno conoce las suyas. Ya no hay sol. Y no importa. O no debería". Lo escribí en un momento de serenidad, pensando en que una vez que el sol se oculta volvemos a ser lo que somos. No era una observación personal, sino una intuición de que es un fenómeno común. No fue un desfallecimiento, ni una crítica a los placeres y desengaños del verano. El verano nos desnuda, sí, pero también nos ofrece más que lo que representa. Fue tal vez la reivindicación de algo más; de seguir leyendo o escribiendo a pesar del sol, la dispersión y la vagancia.
Tengo algunos libros delante. La correspondencia de Italo Calvino con escritores que le enviaban sus manuscritos, una lectura que inicié el verano pasado y que este terminaré. Tiene indudable interés, y hay cartas de rechazo magistrales, pero también hay interioridades que a veces se nos escapa, porque muchos autores eran a la vez amigos, o rivales...Uno de esos libros que aunque haya tardado en leerlo, lo conservaré como imprescindible. También estoy leyendo a Marsé (Rabos de lagartija) y Cela.(San Camilo, 1936). Dos autores que admiro, aunque no haya conectado con ellos como desearía. Sí, también en verano me pongo tareas y trato de cerrar capítulos como lectora.

lunes, 18 de abril de 2016

Solo hablo de mi biografía...

Paradojas: los cincuenta años de la publicación del Diccionario de María Moliner (el DUE) están contribuyendo de forma indirecta a que se hable de mi biografía sobre la lexicógrafa ("El exilio interior, la vida de María Moliner", Turner, 2011 y 2012). Y también la ópera María Moliner, que acaba de estrenarse en el teatro de la Zarzuela de Madrid. Suelo difundir todo lo que concierne a  María Moliner y me he hecho eco de esta ópera, un proyecto del escenógrafo Paco Azorín en el que no participo. Así me lo comentó cuando él y su equipo más estrecho me pidieron una entrevista en 2011 para hablar de María Moliner  y comentar algunos episodios de su vida.
En aquel momento me sentía un tanto escéptica ante un proyecto musical tan alejado, en apariencia, de la vida y la peripecia de una mujer estudiosa y tenaz como María Moliner, pero Paco Azorín tenía la determinación de llevarlo a cabo y contaba ya con el compositor, la mezzosoprano y la libretista. Y  me he alegrado de que al fin haya salido adelante esta ópera peculiar sobre Moliner que no se sustenta solo en el canto sino en la palabra en todas sus expresiones. Solo el hecho de haberlo intentado y conseguido merece mi felicitación a sus impulsores. Otra cosa es que yo me sienta identificada con el libreto o que recoja de forma literal la información sobre Moliner que yo vierto en mi libro.
Esta mañana me ha sucedido algo curioso: una persona que escribe en prensa -y de la que tengo referencias aunque no la conozca personalmente- me ha mandado un correo diciéndome que había visto la ópera y que quería hacerme una consulta. Me dejaba su teléfono, pero yo no podía llamarla en ese momento, el final de la mañana. No me decía que quería hablar de mi libro ni hacerme una entrevista, sino una consulta, al parecer relacionada con la ópera. Le he respndido que si le venía bien me llamara a primera hora de al tarde. Pero ella no podía a esa hora y me ha hecho una pregunta por correo: si había colaborado con el libreto de la ópera. Y naturalmente le he contestado que no he colaborado en absoluto Una cosa es que se hayan documentado en mi libro sobre Moliner y otra que hayan hecho una traslación de la biografía a la ópera. Son proyectos distintos. Ni siquiera se ha dado una colaboración profesional. Si se tratara de una novela, es decir, una invención del autor, sí sería exigible llegar a un acuerdo y tener en cuenta os derechos de autor. Al tratarse de un ensayo biográfico, la documentación está ahí, al alcance del lector.
En consecuencia, no soy ni autora ni coautora del libreto, y así se lo he contestado a quién me hacía esa consulta (que luego he visto publicada en un blog): "No he colaborado en el libreto para nada. Simplemente el proyecto de Paco Azorín, el director de escena, surgió  después de publicar yo "El exilio interior, la vida de María Moliner" y él y su equipo se lo leyeron para documentarse. Es decir, la ópera no se basa en mi biografía de forma fiel, solo han tomado datos de la vida de Moliner  para ofrecer su visión y realizar su propio montaje".





viernes, 19 de febrero de 2016

Cincuenta años ya del Diccionario de Uso del Español, conocido como "el María Moliner"

Cincuenta años ya. María Moliner publicó el primer tomo de los dos volúmenes de que consta su Diccionario en 1966. El segundo en 1967. La  lexicógrafa tardó unos quince años en terminar su gran obra. Un Diccionario de Uso del español (DUE) que define de nueva planta las entradas más obsoletas del DRAE, el diccionario normativo. Nunca se le agradecerá lo bastante a María Moliner esta obra titánica realizada en solitario y, en los años finales, con la ayuda de unas pocas colaboradoras que realizaron tareas auxiliares o de revisión de lo avanzado.
Los periódicos regionales del grupo Vocento se han hecho eco el 17 de febrero de este aniversario y han publicado un reportaje sobre María Moliner firmado por Inés Gallastegui con un título que alude al número de entradas del DUE:



http://www.ideal.es/sociedad/201602/20/mujer-palabras-20160218104115.html





En el texto se menciona mi biografía sobre la lexicógrafa, "El exilio interior: la vida de María Moliner"(Turner, edición impresa y digital) y se alude a la conversación que mantuvo la autora del reportaje con quien esto escribe. Bienvenido sea este reportaje. Es de justicia reconocer -seguir reconociendo- la figura de Moliner, aunque por fortuna ya no sea esa desconocida que era hasta hace pocos años. Hay dos frases de María Moliner recogidas en el reportaje que pueden sorprender al lector si se abstraen de la personalidad de la lexicógrafa: una mujer de gran ambición intelectual pero al mismo tiempo discreta y educada para no destacar. Una aparente contradicción que ya hace vislumbrar la complejidad de la  personalidad de María Moliner. En un destacado del reportaje se cita su reacción al saber que no había entrado en la RAE, como si en el fondo se alegrara: "¿Qué podría decir yo si en toda mi vida no he hecho más que coser calcetines?" Se trata de una frase que solo se puede entender desde la ironía o la retranca. O bien Moliner estaba contestando a algún comentario concreto que había escuchado esos días o no se comprende ese ataque de humildad. No era cierto, además: era bibliotecaria por oposición y había tenido puestos de responsabilidad antes de la llegada al poder de Franco. Era la autora de una gran Diccionario...Tenía ayuda doméstica en casa...Sí, había cosido los calcetines de sus hijos, como muchas madres de la época -una imagen muy de posguerra-, pero reducirlo a eso no tenía sentido. A no ser que se escudara en esa frase para insinuar que a ella la Real Academia ni le iba ni le venía, que pasaba de sus pompas porque seguía siendo ella misma. Para algunos solo una mujer recoleta, tal vez un ama de casa...Para los que sabían, una investigadora rigurosa, una estudiosa de las palabras. Lo que está claro es que María Moliner encontró dos escollos para entrar en la RAE: a) era una "intrusa", ya que había emprendido la renovación del DRAE por su cuenta y riesgo, y ella sola; b) era mujer, y hasta entonces (véase el rechazo a Gertrudis Gómez de Avellaneda y a Emilia Pardo Bazán) su ingreso estaba vetado (por principio) y de facto, aunque esto último estaba a punto de cambiar.
Sinceramente, creo que a María Moliner sí le hizo ilusión que un grupo de académicos liderados por su fiel amigo Rafael Lapesa promoviera su candidatura, aunque supusiera un revuelo en su vida y le obligara a hacer campaña, algo que no iba mucho con ella. Que no la eligieran fue una decepción, sin duda. Pero en seguida lo superó, lo archivó y lo olvidó. María Moliner tenía una capacidad de resistencia automática. Lo que no alcanzaba lo dejaba marchar.
Otra frase de Moliner muy repetida que se interpreta de forma equívoca es su afirmación, al presentar su candidatura a la RAE: "Mi obra es, limpiamente, el Diccionario". Y tanto. ¿Qué más se podía añadir a una obra monumental como el DUE? La frase no hay que entenderla esta vez como una expresión de modestia, sino como una verdad sin adornos. El Diccionario era su orgullo. Otros candidatos tal vez presentaron un largo currículo y listado de méritos. Ella también los tenía. Pero si se trataba de entrar en la Real Academia, ¿había algo más importante que poner sobre la mesa un Diccionario? De hecho la lexicógrafa también comenta en una entrevista que si se hubiera tratado de que entrara en la RAE un filósofo ella se habrá echado a un lado, pero si el autor del Diccionario hubiera sido un hombre, se habría  preguntado: "Y ese hombre, ¿cómo es que que no está en la Academia?"





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