Una de las señas de identidad de los terroristas es que que se sienten víctimas aun siendo (o a pesar de ser) verdugos. Sentirse víctima es la coraza y la coartada para justificar lo injustificable.
Muchos de los que argumentan que con los terroristas no se puede hablar (¿ni siquiera psicólogos y politólogos que les expliquen que no pueden seguir sintiéndose víctimas después de ser verdugos?, se pasan horas y horas hablando de esos mismos terroristas, publicitando sus siglas y su naturaleza.
En los cines se está pasando una película infantil que humaniza a las abejas (incluso hay un conato de rebelión de las colmenas contra los pérfidos comerciantes que hacen negocio con su miel sin entregarles nada a cambio). En un momento dado, el protagonista del filme, un chico abeja, está a punto de perecer ante la agresividad de un humano que al tmer que le pique se adelanta a aniquilarlo. Aparece entonce su salvadora, una sensible chica humana que rescata al insecto y pregunta al agresor: "¿Acaso crees que su vida vale menos que la tuya?". ¿Una abeja igual que un humano? Bueno... La película es un monumento a la fantasía, una delicia. Y la pregunta no puede ser más democrática e incitadora. Si se trasladara a cualquier relación vecinal, política o profesional, se acabarían muchos humos. Y si los que todavía creen que su vida vale más, es decir, que la de los demás vale menos, reflexionaran un poco, no parecerían tan patéticos.