domingo, 23 de noviembre de 2014

Consuelo Burell

Su padre, Julio Burell, ministro de Instrucción Pública, completó el decreto de 1910 que eliminaba cualquier traba legal para que las mujeres accedieran a la Universidad, con una Real Orden que les permitía opositar a cátedras. Y ejercer cualquier profesión relacionada con el Ministerio de Instrucción Pública una vez que obtuvieran la titulación universitaria correspondiente. Ella, Consuelo Burell, se educó en el Instituto-Escuela, inspirado en las ideas de la Institución Libre de Enseñanza. Años más tarde, siendo ya catedrática de Lengua y Literatura, recaló en el instituto de Las Palmas, donde una adolescente algo salvaje, Carmen Laforet, se saltaba las clases de bachillerato para ir a sestear y vagabundear a la playa. Burell se cruzaba con ella a lo lejos al dirigirse al hotel en el que residía y acabó mandando recado a la joven a través de otras alumnas. Estaba muy contenta con sus redacciones, pero tendría que dejar vagabundear y empezara a asistir a clase si quería aprobar. Laforet, impresionada, no solo acudió a su clase, sino que ese primer día de vuelta asistió a a todas las que daba Burell en el instituto. La profesora se echó a reír, y ahí nació una amistad decisiva. Muchas de las lecturas de la autora de Nada fueron sugeridas por Burell. De ese modo, Carmen Laforet llegó a escribir su primera novela con una formación que le permitía no solo contar la posguerra de la Barcelona que ella misma vivía, sino trasmitir el nihilismo existencial de quien ha leído a autores que en aquel momento estaban proscritos en España. Eso explica también la paradoja que supuso la irrupción de Laforet en el panorama literario: una joven autora poco convencional que ganó el primer Nadal en un país paralizado por las convenciones y la derrota. Quizás algunas páginas de Nada se deban a la influencia de esos libros y autores que la librepensadora Consuelo Burell hizo descubrir a su alumna.