jueves, 18 de octubre de 2012

María Blanchard y Federico García Lorca

Federico García Lorca escribió y leyó en el Ateneo en 1932 "Elegía a María Blanchard" para recordar su muerte. El poeta recordaba que la descubrió siendo un adolescente, al contemplar Cuatro bañistas y un fauno (Ninfas encadenando a Sileno, 1910). "La energía del color puesto en la espátula, la trabazón de las materias y el desenfado de la composición me hicieron pensar en una María alta, vestida de rojo, opulenta y tiernamente cursi como una amazona. Los muchachos llevan un carnet blanco, que no abren más que a la luz de la luna, donde apuntan los nombres de las mujeres que no conocen para llevarlas a una alcoba de musgos y caracoles iluminados, siempre en lo alto de las torres". El adolescente que era Lorca entonces se veía a sí mismo todavía demasiado pequeño para relacionarse con la pintora. Alguien le dijo que la artista era jorobada y, desconcertado, empezó a ver que la energía que desprendía su paleta se basaba en la pasión por la pintura, en la defensa de su libertad, y en el deseo de volar alto y lejos de la mediocridad que la rodeaba. En España, algunos de sus alumnos se reían de ella por su baja estatura, su pelo corto y su falta de atractivo, pero fue capaz de marcharse a París, compartir estudio con Diego Rivera y vivir de la pintura. Todo ello al principio del siglo XX. No en vano Blanchard es una figura imprescindible dentro del movimiento cubista.