Más que un no, lo que la Real Academia Española negó a María Moliner fue un sí. Fue candidata y no salió elegida. ¿Juego limpio? Técnicamente, sí. Pero en realidad, las alianzas previas iban encaminadas a que no saliera. Se ha contado y analizado en diversas publicaciones ya este hecho: los académicos prefirieron a Emilio Alarcos Llorach. Algunos votaron a otros candidatos. Muy pocos a Moliner. Lo narro en mi biografía de María Moliner (El exilio interior: La vida de María Moliner, Turner, 2011). Por qué no salió elegida:
1. Su Diccionario de Uso del español no fue lo bastante valorado por los académicos a pesar de que definía de nueva planta acepciones que en el DRAE quedaban obsoletas o que simplemente remitían a otros vocablos: "tonto", ver "bobo", etcétera. Es decir, Moliner hizo un trabajo que tenían que haber hecho los académicos y no había sido nominada para hacerlo. Para la RAE era una intrusa. Ni siquiera era filóloga de carrera, porque al estudiar Filosofía y Letras en la Universidad de Zaragoza, hizo la rama de Historia (la que había en su distrito).
2. Además era mujer. Y la tradición en la RAE era negar la entrada a la mujer. Así se lo dijeron a Gómez de Avellaneda y cuando Pardo Bazán, esa colosal escritora y polemista, les puso a prueba, por dos veces rechazaron su ingreso. En la segunda mitad del siglo XX algunos se sentían avergonzados y negaban que existiera veto, pero no tenían prisa por cambiar las cosas. La mayoría estaba muy a gusto repartiéndose los sillones entre ellos mismos, sus amigos y sus conocidos. Misoginia y endogamia.
3. A muchos académicos les gustaba más una Moliner recoleta, bibliotecaria, madre de familia ejemplar y modesta que mira usted por donde había elaborado un Diccionario como quien hace mermelada o calceta, un entretenimiento vamos. Les hacía gracia alguien así, pero no pensaban premiarla por ella. Allá ella. Su androcentrimo les impedía ver que Moliner era una estudiosa del idioma, universitaria, rigurosa y competente. Una señor que podía medirse con ellos perfectamente. Y ganarlos.
En El exilio interior explico detalladamente este proceso que ha aparecido posteriormente en otras obras. Tuve la suerte de encontrar en la correspondencia de Rafael Lapesa (el académico que presentó la candidatura de Moliner, junto con Laín Entralgo) y Camilo José Cela, un académico con influencias en esos años. Cela había dicho a Lapesa que no veía mal que entrara una mujer cuando procediera y que esta fuera Moliner. Pero a la hora de la verdad, cuando se produjo una vacante y Lapesa la avaló, Cela se descolgó y aclaró su posición: iba a votar a su amigo García Nieto, o en su defecto a Emilio Alarcos, pero no a Moliner. Y ¿por qué? Por su ñoña visión de la lexicografía. ¿Ñoña doña María? Se refería Cela a que Moliner no incluía tacos ni palabras malsonantes. Se había educado en la Institución Libre de Enseñanza y amaba el lenguaje culto, pulcro y exacto, mientras que Cela se había especializado en buscar acepciones malsonantes para su Diccionario secreto. Estaban en bandos estéticos distintos.