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sábado, 4 de mayo de 2019

Cuánta vida y memoria: "El horizonte ayer"

Hace unos meses leí El horizonte ayer, de Albert Chillón, profesor y conocido ensayista que ha estudiado los vínculos entre la ficción y el periodismo, y todavía retengo en la memoria parte de la emoción que me produjeron muchos de sus párrafos. Hay muchas razones por las que un libro de narrativa puede seducir al lector. En los últimos tiempos he leído varios que me han gustado o que me han inspirado. Pero este me conmovió y me sacudió desde la primera línea porque intercala en su trama pedazos de vida y de historia de varias generaciones. La de mis padres y mis abuelos, la mía, y la de la inmediata generación que me sigue. Los protagonistas y narradores, Julia y su hijo Manuel, no tienen nada que ver conmigo, en apariencia, y lo mismo les sucederá a muchos de sus lectores, pero me resultan enorme y dolorosamente cercanos. Julia, la madre, ya anciana, espera el regreso de Manuel, su único hijo, que quince años atrás emigró voluntariamente a Australia y, mientras le espera, desgrana en su recuerdo, el diario imaginario que quiere que él conozca y que algún día asuma, su larga e intensa vida, el antes, durante años velado, de quien fue. En paralelo, el hijos, desde el avión que le traslada de nuevo a Barcelona para velarla, rememora su infancia, su búsqueda del padre ausente, y los encuentros y desencuentros con su madre. Los soliloquios de ambos se intercalan en la novela, y a través de esta sencilla y alambicada arquitectura literaria, se nos ofrece la historia de la emigración a Barcelona y la extraordinaria vida de Julia -a pesar de lo común que fue-, sus raíces familiares en un pueblo de Extremadura, la lucha por la supervivencia de su madre Elisa en una portería de Madrid....
     Podría ser una historia de hemeroteca, o relativamente sabida, y no lo es gracias a que el autor dosifica lo intimista y lo social. Es una memoria personal y familiar narrada con pasión y hasta el detalle conectada de forma natural con la historia colectiva que marcó este país en el siglo XX: la Guerra Civil, los bombardeos, la nada de la posguerra, la represión...Y en el plano personal, la imposibilidad de que Julia estudiase, el destino inevitable de dedicarse a servir, la experiencia de trabajar en París y el regreso a Barcelona para asentarse como empleada fabril. Es la Barcelona de los suburbios, de los polígonos, del extrarradio. Allí vivirá su niñez y adolescencia Manuel, que llegará a disponer de lo que su madre no llegó a alcanzar. Del extrarradio a la Universidad, y ya profesor universitario, a Australia, lanzado a una búsqueda de su identidad que le empuja a abandonar el espacio familiar y social que su madre conquistó para él. Ese piso nuevo en el suburbio que la generación de su madre, hombres y mujeres, pero desde luego, también ellas, conquistaron para sus hijos. Sin unos y otros no se entendería Barcelona y su periferia.
     El horizonte ayer podría considerarse una variante de autoficción, por su carga autobiográfica, aun sabiendo que al narrar lo real importa menos que lo recordado, y que cualquier material personal acaba ofreciendo una versión diferente de lo que sucedió. Aunque quizás sea más exacto pensar que Chillón ha tomado la realidad, la conocida, vivida y leída, para transformarla en un fresco íntimo y coral de una época.
    Pero la novela no solo narra muchas y diversas peripecias en las que lo personal y lo social se entrelazan. Utiliza un lenguaje en ocasiones perdido que en sus páginas revive. La fiel forma de hablar de los abuelos de Julia, la sabiduría prosaica de su madre, su propia resistencia. Al final, Julia hará la síntesis entre esa lengua heredada, con ese vocabulario que resuena en su memoria, y su cultura de autodidacta. Capaz de enlazar al final con la adquirida y consolidada de su hijo,  mimetizado con los muchachos de su época y ajeno, en parte, a sus raíces. Porque no es el lenguaje, aunque quizás también, sino las circunstancias vitales del uno y la otra, lo que configuran dos mundos propios. Para el lector, no tan alejados. 

  

martes, 14 de abril de 2015

Amigas y republicanas

El libro Las republicanas "burguesas" (editado como ebook y a punto de publicarse en edición impresa por Punto de Vista Editores) me ha dado la oportunidad de evocar a un puñado de mujeres excepcionales identificadas con la Segunda República o que crearon su obra en ese periodo. Ninguna era una desconocida para mí, ya que había escrito previamente de ellas. En especial de María Moliner, Constancia de la Mora y Merè Rodoreda, de quienes ya había escrito en anteriores libros. Sinembargo, en Las republcianas "burguesas", hay un personaje nuevo, Zenobia Camprubí, que aglutina, por su dinamismo y sus vínculos de amistad a la mayoría de las otras mujeres biografíadas. Camprubí fue amiga personal de Constancia de la Mora y de Isabel Oyarzábal de Palencia, con quien había formado parte de la junta directiva del Lyceum Club femenino, creado en 1926 y presidido por María de Maeztu. Al mismo tiempo, Zenobia Camprubí era un referente para otras de las republicanas de la burguesía ilustrada. Con Carmen de Zulueta, Josefina Carabias (alojada en la Residencia de Señoritas mientras cursaba Derecho), María Moliner y su hermana Matilde Moliner, le unía el vínculo de la Instiutución Libre de Enseñanza. Con Matilde Ucelay, primera mujer arquitecta, y nacida en una familia ligada al mundo cultural y teatral que recibía a menudo entre sus amigos a Federico García Lorca, la vinculación, aunque indirecta, era también clara. Al final, este pequeño mosaico de mujeres republicanas de ascendencia burguesa o peteneciente a la clase media culta, formaban un universo de fe en el progreso y en la libertad. No podemos entender el faro que supuso para ellas el marcho republicano. La República fue ante todo una alegoría de la mejor política, más allá de ser un Régimen específico. La historia ya ha condenado a los que de modo directo o indirecto se empeñaron en reventar aquel proyecto democrático. La democracia está más arraigada en nuestros días que entonces y no tiene demasiado sentido reivindicar de forma literal aquel tiempo perdido. Pero es saludable rescatar su espíritu y rendir homenaje a la lealtad de Zenobia Camprubí, María Moliner, Isabel Oyarzábal, Josefina Carabias, Constancia de la Mora, Mercè Rodoreda, Carmen de Zulueta, Remedios Varo, Matilde Ucelay, María Brey y tantas otras que defendieron sus principios antes que su conveniencia.



De arriba abajo, imágenes de Isabel Oyarzábal, Mercè Rodoreda, Constancia de la Mora, Matilde Ucelay, Zenobia Camprubí (cubierta de Las republicanas "burguesas") y las hermanas María y Matilde Moliner.