martes, 18 de junio de 2013

Y ahora en Londres


Hay una recuperación de María Moliner no a destiempo, pero sí tardía, fuera del tiempo en que ella trabajó y vivió. Moliner murió en 1981, sin saber todo lo que dejaba tras de sí, consciente de que su Diccionario era  único, pero sin comprender el alcance de su obra en el tiempo. Mi biografía contribuyó a levantar el velo de secreto y desconocimiento que se cernía sobre su figura. Recientemente, una obra de teatro que aborda la vida de la lexicógrafa de forma fragmentaria, libre y con saltos en el tiempo, ha popularizado al personaje. Hasta el punto de que la obra se está representando estos días en Reino Unido. http://www.elconfidencial.com/ultima-hora-en-vivo/2013/06/maria-moliner-llega-teatro-londinense-diccionario-20130612-159811.html

Soñaba palabras, las cultivaba y las definía. Ahora ella misma es palabra. Y su voz traspasa el escenario.










jueves, 13 de junio de 2013

Cultura, cultura




LOS CONSEJOS DE MARÍA MOLINER A BIBLIOTECARIOS SIN EXPERIENCIA



(INSTRUCCIONES PARA EL SERVICIO DE PEQUEÑAS BIBLIOTECAS. VALENCIA 1937)

“Estas Instrucciones van especialmente dirigidas a ayudar en su tarea a los bibliotecarios provistos de poca experiencia (…)  En una biblioteca de larga historia, el público ya experimentado, lejos de necesitar estímulos para leer, tiene sus exigencias,  y el bibliotecario puede limitarse a satisfacerlas cumpliendo su obligación de una manera automática. Pero el encargado de una biblioteca que comienza a vivir ha de hacer una labor mucho más personal, poniendo el alma en ella. No será esto posible sin entusiasmo, y el entusiasmo no nace sino de la fe. El bibliotecario, para poner entusiasmo en su tarea, necesita creer en estas dos cosas: en la capacidad de mejoramiento espiritual de la gente a quien va a servir y en la eficacia de su propia misión para servir a ese mejoramiento.
(…) No, amigos bibliotecarios, no. En vuestro pueblo la gente no es más cerril que en otros pueblos de España ni que en otros pueblos del mundo. Probad a hablarles de cultura y veréis cómo sus ojos se abren y sus cabezas se mueven en un gesto de asentimiento, y cómo invariablemente responden: ¡Eso, eso es lo que nos hace falta: cultura!


















Ellos presienten, en efecto, que es cultura lo que necesitan, que sin ella no hay posibilidad de liberación efectiva, que sólo ella ha de dotarles del impulso suficiente para incorporarse a la marcha fatal del progreso humano sin riesgos de se revolcados; sienten también que la cultura que a ellos les está negada es un privilegio más que confiere a ciertas gentes sin ninguna superioridad intrínseca sobre ellos, a veces con un valor moral nulo, una superioridad efectiva en estimación de la sociedad, en posición económica, etcétera. Y se revuelven contra eso que vagamente comprenden pidiendo cultura, cultura…Pero claro, si se les pregunta qué es concretamente lo que quieren decir con eso, no saben explicarlo. Y no saben tampoco que el camino de la cultura es áspero, sobre todo cuando para emprenderlo hay que romper con una tradición de abandono conservada por generaciones y generaciones” (Instrucciones para el servicio de pequeñas bibliotecas. Valencia 1937).

viernes, 7 de junio de 2013

La Pobla de Mont-roig recuerda a María Moliner

He tenido noticia de que María Moliner cuenta con una calle en la Pobla de Mont-roig (Tarragona), muy cerca de la playa de la Pixerota, donde solía bañarse la lexicógrafa las pocas veces que abandonaba su dedicación al Diccionario de Uso del Español. Y donde acostumbraba a bañarse Joan Miró, según recuerda J. M. Martí Rom, buen conocedor de la trayectoria del pintor. Desde 1941 a 1974 María Moliner pasó los veranos en Pobla Oriola, un chalé sencillo que ella y su marido, nacido en Mont-roig,  adquirieron tras vender él una casa familiar recibida en herencia. Allí encontró María Moliner su paraíso, un mundo íntimo ajeno a la mediocridad de la Dictadura (1939-1975) que la había depurado y postergado como bibliotecaria. Y que a la postre le dio el empuje para rebelarse y empezar su magna obra a la edad de 51 años. 




Lo curioso -y sorprendente- es que María Moliner no ha recibido apenas homenajes en Madrid, la ciudad en la que escribió el Diccionario y en la vivió primero de niña y posteriormente desde 1946 a 1981. En estos años solo se ha producido el anuncio de que se impondría una placa en el último domicilio en el que residió. Solo eso.



sábado, 1 de junio de 2013

La estela de Dionisio Ridruejo

La estela de Dionisio Ridruejo reaparece esta primavera en dos libros, una biografía de Manuel Penella (que había escrito ya una anterior versión ahora corregida) y una novela, "Gritad concordia", de Rafael Fraguas, inspirada en su figura. De entrada, Ridruejo parece un personaje de otra época, alguien alejado de nuestro tiempo. Y sin embargo, su carisma, osadía y sentido de la libertad, hacen de él una figura atractiva, en parte enigmática y profundamente contemporánea. Me adentré en su trayectoria para escribir las biografías cruzadas de Constancia de la Mora Maura y su hermana Marichu (La roja y la falangista. Dos hermanas en la España del 36, Planeta, 2006). Mi interés por Constancia de la Mora, republicana, comunista y exiliada, me había llevado a escribir esta doble biografía en la que su hermana Marichu representaba el polo opuesto, todo lo que la autora de "Doble esplendor" aborrecía. Sin embargo, en el terreno humano, Marichu de la Mora no carecía de interés y en la segunda mitad de su vida, convertida en periodista de moda (tras dirigir la revista Y, editada por la Sección Femenina), se reconstruyó a si misma como una mujer seductora y moderna. Y naturalmente, de Marichu fui a Ridruejo.
Poeta apasionado, Dionisio Ridruejo sufrió en su juventud el mismo espejismo que llevó a parte de su círculo de amigos a adoptar posturas extremas en política: venía de una familia castellana acomodada, no se identificaba con la derecha conservadora y se sintió fascinado por la retórica  de José Antonio Primo de Rivera. Al igual que Marichu, aunque esta de un modo más intenso. En los años previos al golpe militar contra la Segunda República y la feroz Guerra Civil a la que condujo aquel, los tres (Marichu, José Antonio y Ridruejo) se hicieron inseparables. Tras la detención y encarcelamiento del líder, Marichu, a la que José Antonio denominaba "mi señorita Kant", no dejó de escribirle -y de esperar las cartas que él le enviaba desde la cárcel-. Al morir Primo de Rivera, estas cartas y otras muchas confidencias abonaron una amistad muy especial entre Ridruejo y Marichu de la Mora, al borde de la depresión tras la pérdida de su líder y amigo. Pero tan entregada a la causa que se convirtió en la inseparable colaboradora de Pilar Primo de Rivera durante la contienda y los primeros años de la Victoria. Para el poeta, Marichu pasó a ser Aurea, el amor que alimentó sus poemas (Ver Primer libro de amor) antes de partir a la División Azul. Porque la gran odisea de Ridruejo fue marcharse a Alemania imbuido de ideas fascistas y de deseos delirantes de volver como un héroe y comprender en el abismo de las noches cuajadas de nieve que allí no estaba el honor, sino el drama, el genocidio y la consiguiente catarsis. La fiebre y la enfermedad lo devolvieron a España con aureola de héroe, pero regresaba decepcionado hasta la médula. Abandonó sus cargos, escribió a Franco criticando su política con insolencia y el dictador lo desterró a Ronda. Ridruejo renunció en ese momento a todo, incluido el porvenir que le esperaba en aquella dictadura que había contribuido a traer y a sustentar en sus inicios. Ahí empezó su travesía del desierto que le llevaría a la democracia. Demócrata antes de que llegara en efecto la democracia a España, Ridruejo simboliza el coraje de cambiar, la fuerza para enmendar las equivocaciones. Mitad poeta y político, el siglo XX se lo llevó y -aunque nunca se fue del todo para sus seguidores- ha reaparecido esta primavera.
   


En "Casí unas memorias" y en "Los cuadernos de Rusia", vemos a un Ridruejo desmitificador que ajusta cuentas con sus emociones y su tiempo. Un tiempo convulso que conviene tener presente para no olvidar que la historia no se repite, pero
se asemeja.