Acabo el año con mazapán y lo empiezo con uvas. El rito se repite, pero el nuevo año es ese gran desconocido que se hará íntimo con el paso de los días. Quiero leer a Vasili Grossman, pero sobre todo, leeré a Coetze. Siempre Coetze, es uno de los escritores que une el año transcurrido y el que acaba de empezar. Uno de sus libros, Desgracia, es, paradójicamente, un tesoro para lectores y amantes de la literatura. Un modelo para escritores primerizos y un deleite para los más avezados.
Pienso en otro hermoso y necesario libro (El mar de las Sirtes), de un autor que nos acaba de dejar: Julien Gracq, y que siempre trató de pasar inadvertido para que ninguna anécdota personal eclipsara su monumental obra. La muerte le ha concedido una nueva visibilidad para los que no conocían su obra. La discreción ya no tiene sentido y ahora Gracq está donde debería estar: en la cima. Espléndido Le rivage des Syrtes. Me ha gustado la crítica, o mejor evocación, que firma Vila-Matas de esta obra fundamental en el último Babelia.
¿Leer antes a Julien Gracq que a Grossman? Un dilema, y una posibilidad tentadora.