Leí hace más de un año "De bestias y aves", de Pilar Adón, una novela compleja, alegórica, en la frontera de lo real y lo irreal. El personaje central que vive o sueña la trama parte de una situación que parece cotidiana, alejarse en su propio coche de un hábitat que le resulta incómodo o la altera a un mundo desconocido, inesperado, incontrolable y confuso. Es el azar, en apariencia, quien la lleva, tras perderse, a un lugar aislado sin salida en el que, al pedir ayuda para dar la vuelta al coche, se tropieza con unas extrañas mujeres que la arrastran a una atmósfera asfixiante e incomprensible. No se sabe si funcionan como una secta o una colmena, pero se sentirá presa en este mundo paralelo al que conoce con una organización jerárquica y una arquitectura inquietante al que no podrá o sabrá oponerse.
Hace muy poco he leído el relato o novela corta "Blancura", de Jon Fosse y, siendo muy diferente, su comienzo me ha recordado a la novela de Pilar Adón. Solo en el comienzo. El arranque es muy similar: un hombre del que apenas se sabe nada, pero que vive solo, siente el peso del aburrimiento o la soledad y decide conducir su coche sin rumbo fijo. Atraviesa una carretera y vislumbra algunas casas pero gira en función del azar del momento, sin buscar nada. Hasta que llega a una calle inhóspita y sin salida en el que el coche se cala y se pega al terreno y no puede moverlo. Aquí no hay nadie alrededor. De frente solo está la entrada a un bosque aún más aislado. La otra alternativa, deshacer el camino andando hasta pedir ayuda para mover al coche, le parece poco práctica, pues no sabe la distancia a recorrer hasta dar con la carretera principal o con las escasas viviendas que recuerda. Se pone a nevar, además, y la atmósfera se oscurece. En el coche hay calefacción pero el dilema de buscar una salida le lleva a salir e internarse en el bosque enmarañado.
Supongo que no serán los únicos autores que han partido de esta situación cotidiana y sin ningún atisbo inicial inquietante (dar vueltas con el coche como distracción o evasión) para caer en el sinsentido y en el agujero oscuro de la noche y la fragilidad, hasta rozar la pesadilla. A partir de este comienzo, el desarrollo de "Blancura" y "De bestias y aves" no puede ser más diferente. En "Blancura", es el monólogo interior del personaje principal y prácticamente único, el que lleva el peso de la narración. De un modo enigmático, el protagonista acepta mimetizarse con el bosque y a pesar de su oscuridad y de que tal vez más que una opción haya elegido la nada, el vacío o la soledad desnuda descubre una luz resplandeciente, poética, ineludible. Vuelve a su infancia, a la evocación de sus padres, que vislumbra como criaturas reales o simbólicas, y se dirige a su destino. Es la historia de una transición o una mudanza a lo desconocido, a una mudanza de vida que dada su brevedad permite al lector acompañarlo en ese viaje, quizás final.
Más capas y claves tiene "De bestias y aves". El recuerdo de su hermana fallecida y el remordimiento termina siendo el único eslabón que mueve a la protagonista a sobrevivir en ese mundo absurdo al que le llevó su coche y en el que no ve más salida que camuflarse con la naturaleza, viva o muerta.