Hojeo con curiosidad y finalmente leo el último número de la revista Clarín. Encuentro sugerentes propuestas, desde Walser a Brenan. Y una aportación de Andrés Trapiello que, por afinidades de temas y personajes, leo en primer lugar: comenta una antigua foto tomada en 1937 en la España leal, en la que aparecen seis jóvenes felices (es decir, ante todo jóvenes), a pesar de la Guerra Civil, unidos entre sí por la cintura o el hombro. Una foto que recoge nombres y trayectorias significativas: mirando de izquierda a derecha, el primero es Victor María Cortezo, Vitín, íntimo amigo de Cernuda, seguido de Blanca Pelegrín; en tercer lugar el autor de La realidad y el deseo con una inusual sonrisa radiante, y a su lado Carmen García Lasgoity, que se enlaza por su izquierda a Manuel Altolaguirre, al tiempo que éste pasa el brazo por el hombro de Carmen García Antón. Imagen de compañerismo y de fresca cotidianidad, y más si se tiene en cuenta que iban en bañador, avanzando por la playa. Imagen de vida civil, de modernidad y entendimiento en unos momentos terribles. Trapiello evoca la fotografía y las vidas de quienes la ocupan, y denuncia que esta imagen, requisada tras la victoria franquista por el ministerio de Fomento estuvo años olvidada, (¿escondida?) entre legajos del ministerio de Información y Turismo, luego Cultura y trasladada a la Biblioteca Nacional, donde también permaneció dormida. ¿A quién podía molestar esta amistad más allá de la estricta ideología? Al finalizar la contienda algunos se exiliaron y otros permanecieron en la España vencedora/y vencida. Por azar, al hilo de una labor de rastreo documental que realizó por encargo de la Residencia de Estudiantes, el joven Enric de Giles descubrió este testimonio recogido por Trapiello. Sin duda otra España era y fue posible.
Otro artículo de Clarín que ha captado mi atención, firmado por Enrique Fuster del Alcázar, nos ofrece la carta de presentación de una jovencísima Carmen Conde dirigida a su admirado Gregorio Martínez Sierra, dramaturgo de éxito entonces gracias a que era María Lejárraga (Gregorio era yo, acabaría reconociendo ella) quien escribía sus obras.
Finalizo, pero reparo en otro texto: el Diario de Iñaki Uriarte, dentro de la misma revista literaria. Anoto mentalmente que tengo que leerlo.