lunes, 18 de mayo de 2009

La vida no se resuelve nunca y la salvación es enigmática


Hace años, al leer Una vida inesperada, de Soledad Puértolas, comprendí algo que todos de una forma u otra acabamos descubriendo, la dificultal de ser uno mismo a todas horas ante los demás, o lo que es lo mismo, la fragmentación a la que nos someten las miradas que nos comtemplan. La protagonista de la novela dirige una importante Biblioteca de carácter público u oficial y a veces ni siquiera se explica por qué creen sus jefes que desempeña bien su cometido cuando ella considera que no hace nada extraordinario. Al mismo tiempo, encuentra una especie de liberación en la práctica de natación en una piscina cubierta a la que acude algunas tardes. En ese ejercicio físico se encuentra a sí misma y se afirma como un ser independiente al tiempo que comparte espacios y vestuarios con otras mujeres desconocidas a las que nada le une, pero con las que se siente cómoda porque sea cuál sea su edad o situación, en la piscina todas son iguales. En el fondo, en esta novela surge de nuevo la búsqueda de la identidad, tan cara a Puértolas.
Fuera de estos dos escenarios, la protagonista de Una vida inesperada tiene una vida tan solitaria o llena como otras personas que habitan en una gran ciudad. Al contrario de lo que ocurría hace años en poblaciones pequeñas, en las que cada vecino era conocido y suscitaba opiniones unánimes, el personaje de Puértolas se mueve en diferentes espacios y en cada uno de ellos brilla o se percibe sólo una parte de sí misma: en la Biblioteca tiene responsabilidades y gente a su cargo; en la psicina es sólo una mujer más de mediana edad que se relaja, y en su barrio una señora separada desde hace tiempo...Esa fragmentación, esa idea de que muchos son los que conviven con nosotros a diario y que sólo conocen una parte externa y circunstancial de lo que somos, tiene una parte inquietante. Pero permite también a la protagonista de la novela disfrutar de una gran libertad para moverse a sus anchas, aunque suponga una creciente pérdida de identidad.
Vivimos en un mundo paradójico en el que apenas podemos dar un paso sin ser vistos y tal vez examinados pero a menudo con una visión parcial que nos roba algo de nuestra identidad. Puede que hayamos sido muy estudiosos de jóvenes, pero de pronto el trabajo que desempeñamos o encontramos tiene una parte banal que nos hace aparecer como superficiales en determinados círculos; o puede que hayamos construido nuestra vida en base a la honestidad o con la vieja idea de los setenta de servir y ser útiles, pues queríamos cambiar el mundo, y que alguien ignore ese eje esencial atribuyéndonos hipotéticas ambiciones... O que incluso quien apenas sabe de nosotros nos impute artimañas ajenas a nuestras inclinaciones. Puede, en definitiva que haya en todo esto algo de Babel, o esa idea caótica de "a río revuelto ganancia de pescadores".
Puede que haya que aceptar que la vida es así, que, como se lee en la contraportada de esta novela editada por Anagrama, "la vida no se resuelve nunca y la salvación es una palabra enigmática". A veces eso implica aprender a aceptar el desconcierto de que cualquiera pueda introducir velos o trampas sobre lo que somos, pero conscientes de que esas miradas que nos contemplan desde el prejuicio, la indiferencia o el tópico son al mismo tiempo contingentes.