domingo, 29 de junio de 2008
Escritores que deslumbran, escritores que iluminan
Hay escritores que deslumbran (Borges, Henry James, Joyce, Proust) y hay escritores que iluminan (Clarice Lispector, Katherine Mandsfield, Robert Walser). Prefiero los segundos. Hay otra tercera remesa de autores que transforman (V. Woolf, Faulkner, Rodoreda, Sthendal, Italo Calvino, Goethe (Las afinidades electivas), Doris Lessing (El cuaderno dorado) o Saramago (en El elogio de la ceguera, por ejemplo). Sigo prefiriendo a los segundos.
viernes, 20 de junio de 2008
Remedios Varo
El surrealismo, los caminos subversivos hacia el conocimiento, la intuición, los sueños como guía. Son muchoslos elementos que convergen en la obra de Remedios Varo, nacida hace un siglo en Anglés (Girona). Su obra se agiganta con el paso del tiempo. Madrid, París, Barcelona, París, México. Los primeros lugares en los que vivió fueron trayectos, caminos, experimentos. En México conectó con el tardío surrealismo (Leonora Carrington, su alma gemela; Frida Khalo) y realizó su obra más intensa. Reconocida como gran artista en México, donde falleció en 1963, en España todavía no ocupa el lugar que la importancia de su obra demanda.
jueves, 19 de junio de 2008
"España sufre"
Sigo enredada con el libro de Morla, España sufre. Qué esclarecedoras algunas notas del diario del diplomático chileno que vivió/observó/registró el sufrimiento del Madrid bombardeado y sitiado. La guerra es una situación excepcional, anómala, anormal. Pero con palabras sólo nos aproximaremos algo al estado de terror y horror con que algunos sufrieron una contienda que no habían provocado ni iniciado. Este libro relata la caza del enemigo como feroz ejercicio de superviviencia, tanto por parte de los poderes públicos (o paralelos) del Gobierno legítimo como por parte del bando faccioso y, cómo no, del llamado gobierno de Burgos, no en vano éste había concebido el golpe militar como una acción de exterminio del "enemigo"contrario. No se trataba ya, para los insurgentes de reconducir la República sino de eliminar de raíz el Frente Popular y todos sus actores y en última instancia evitar la revolución matando a los que tal vez pudieran hacerla.
El testimonio de Morla tiene dos partes, una casi tragicómica, que es la delirante vida de las Embajadas, hacinadas con decenas y decenas de huéspedes perseguidos (unos por ser marqueses, otros por falangistas, otros por militares traidores y otros, algunos, por ser famlia de, o haberse encontrado en medio de algo oscuro sin ser directamente responsables). Los esfuerzos diplomáticos por estirar el derecho al asilo y salvar a gente inocente, o sencillamente intratable e impresentable pero que no por eso debían morir, son aleccionadores. Las expediciones para sacarlos de Madrid o de España a sabiendas de que muchos se iban a pasar al bando faccioso en cuanto pudieran, ofrecen las dosis justas de emoción y suspense. En este sentido, Morla es certero al analizar comportamientos e intenciones.
La segunda parte, la histórica, y también humana, muestra sin que el autor tenga que esforzarse, que el Gobierno estaba dividido, que había varias capas de mando: autoridades, comités, sindicatos... Teniendo razón los republicanos se desmembraron antes de que lo hicieran los insurgentes... Del otro lado, Morla refleja la despiadada crueldad de bombardear y bombardear para desmoralizar a la población del bando franquista. Se ve, como escribe Morla, que fue una guerra ganada por extranjeros (ALemania e Italia) aunque de facto la ganara Franco.
En fin, no cabe duda, me está gustando España sufre. Es un lujo que, entre bombardeo y bombardeo, Morla tuviera tiempo no sólo de ir a los toros alguna vez, o de irse por ahí a tomar una copita, sino de empeñarse en salvar vidas, algunas de ellas un tanto ridículas, y sobre todo de escribir lo que hacía.
El testimonio de Morla tiene dos partes, una casi tragicómica, que es la delirante vida de las Embajadas, hacinadas con decenas y decenas de huéspedes perseguidos (unos por ser marqueses, otros por falangistas, otros por militares traidores y otros, algunos, por ser famlia de, o haberse encontrado en medio de algo oscuro sin ser directamente responsables). Los esfuerzos diplomáticos por estirar el derecho al asilo y salvar a gente inocente, o sencillamente intratable e impresentable pero que no por eso debían morir, son aleccionadores. Las expediciones para sacarlos de Madrid o de España a sabiendas de que muchos se iban a pasar al bando faccioso en cuanto pudieran, ofrecen las dosis justas de emoción y suspense. En este sentido, Morla es certero al analizar comportamientos e intenciones.
La segunda parte, la histórica, y también humana, muestra sin que el autor tenga que esforzarse, que el Gobierno estaba dividido, que había varias capas de mando: autoridades, comités, sindicatos... Teniendo razón los republicanos se desmembraron antes de que lo hicieran los insurgentes... Del otro lado, Morla refleja la despiadada crueldad de bombardear y bombardear para desmoralizar a la población del bando franquista. Se ve, como escribe Morla, que fue una guerra ganada por extranjeros (ALemania e Italia) aunque de facto la ganara Franco.
En fin, no cabe duda, me está gustando España sufre. Es un lujo que, entre bombardeo y bombardeo, Morla tuviera tiempo no sólo de ir a los toros alguna vez, o de irse por ahí a tomar una copita, sino de empeñarse en salvar vidas, algunas de ellas un tanto ridículas, y sobre todo de escribir lo que hacía.
jueves, 12 de junio de 2008
Puértolas, Morla, Rodoreda, Mansfied y postdata final.
Estoy deseando leer la última novela de Soledad Puértolas, un deseo aplazado por el voluminoso tomo de Morla Lynch, España sufre, que recorro día a día y que por tratarse de un casi diario de la Guerra Civil (principalmente desde Madrid) contiene centenares de páginas. Y aún estoy en 1937... Es éste un testimonio interesante desde la visión de un diplomático que asiste a los altibajos de la contienda desde una privilegiada posición para enjuiciarla: la relación casi doméstica con los refugiados en la embajada de Chile, generalmente afectos a los insurgentes y muchos de ellos aristócratas, y la oficial con el Gobierno legítimo, lleno de razón y al mismo tiempo dividido. (Entre los asilados se encontraba Pity de la Mora, hermana de Constancia (de la Mora Maura) y de Marichu, las dos hermanas de mi libro La roja y la falangista. Yo sabía ya que Pity, ni roja ni falangista aunque muy alejada en ese momento de su hermana Constancia de la Mora, había estado refugiada allí, pero es curioso adentrarse en ese mundo de las embajadas, una especie de paréntesis dentro de la guerra. A pesar de que los ingentes bombardeos franquistas no respetaban tan sagrados edificios, escribe Morla). Su libro es una forma un poco simple pero muy real de aproximarse a la Guerra Civil desde el factor humano, con sus miserias, incongruencias y estupideces sin fin.
Otro libro en cartera: los Diarios de Katherine Mansfield, en los que deseo sumergirme por un doble motivo. Porque adoro leerlos y porque Mercè Rodoreda comprendió leyendo a Mansfield que parte del oficio de narrar consiste en encontrar la propia voz. Mansfied fue una de sus autoras de cabecera en sus años del exilio. Se nota en sus relatos, reunidos en Veintidós cuentos y Parecía de seda.
P.D. Gran polvareda por el guiño o desliz de la ministra de Igualdad: "miembros y miembras". Dejando aparte el hecho de que hay académicos y expertos capaces de dictaminar hasta qué punto es transgresor este guiño, y de que la lengua se crea y no sólo se fija, sorprende (¿o no?) la cantidad de comentarios periódísticos que ha suscitado algo que yo leo y sigo más bien en sordina. Sorprenden sobre todo las opiniones despectivas o chuscas de algunas mujeres columnistas. ¿La actualidad no da para algo más?
Otro libro en cartera: los Diarios de Katherine Mansfield, en los que deseo sumergirme por un doble motivo. Porque adoro leerlos y porque Mercè Rodoreda comprendió leyendo a Mansfield que parte del oficio de narrar consiste en encontrar la propia voz. Mansfied fue una de sus autoras de cabecera en sus años del exilio. Se nota en sus relatos, reunidos en Veintidós cuentos y Parecía de seda.
P.D. Gran polvareda por el guiño o desliz de la ministra de Igualdad: "miembros y miembras". Dejando aparte el hecho de que hay académicos y expertos capaces de dictaminar hasta qué punto es transgresor este guiño, y de que la lengua se crea y no sólo se fija, sorprende (¿o no?) la cantidad de comentarios periódísticos que ha suscitado algo que yo leo y sigo más bien en sordina. Sorprenden sobre todo las opiniones despectivas o chuscas de algunas mujeres columnistas. ¿La actualidad no da para algo más?
lunes, 9 de junio de 2008
Unamuno y las mujeres
Y Dalí a través de una mujer, su hermana.
Me refiero a dos libros que tengo pendientes de leer. El primero, Unamuno y las mujeres, es un ensayo de Paloma Castaneda. La tesis es que don Miguel nació y creció en un matriarcado y la fuerza intelectual él mimo la asociaba a las mujeres ( y la debilidad con los hombres). La autora asegura que los personajes femeninos de Unamuno son también más potentes y muchos de ellos, como la tía Tula, estaban en su entorno.
El segundo libro, Ana María Dalí y Salvador es de Antonina Rodrigo, la prolífica biógrafa de tantas figuras del siglo XX, algunas de ellas silenciadas y rescatadas por la autora. La hermana de Dalí le confesó a Rodrigo algunos secretos de familias y anécdotas poco divulgadas hasta ahora. Ana María también ofrece recuerdos sobre Federico García Lorca, contrastados por la autora con Isabel García Lorca, hermana del poeta. El libro en realidad es una doble evocación de Dalí y García Lorca a través de sus hermanas.
Al rememorar al poeta me llega una de las frases que Federico repetía en los años de la preguerra, según Morla Lynch: "Yo soy del partido de los pobres... De los pobres que son buenos".
Me refiero a dos libros que tengo pendientes de leer. El primero, Unamuno y las mujeres, es un ensayo de Paloma Castaneda. La tesis es que don Miguel nació y creció en un matriarcado y la fuerza intelectual él mimo la asociaba a las mujeres ( y la debilidad con los hombres). La autora asegura que los personajes femeninos de Unamuno son también más potentes y muchos de ellos, como la tía Tula, estaban en su entorno.
El segundo libro, Ana María Dalí y Salvador es de Antonina Rodrigo, la prolífica biógrafa de tantas figuras del siglo XX, algunas de ellas silenciadas y rescatadas por la autora. La hermana de Dalí le confesó a Rodrigo algunos secretos de familias y anécdotas poco divulgadas hasta ahora. Ana María también ofrece recuerdos sobre Federico García Lorca, contrastados por la autora con Isabel García Lorca, hermana del poeta. El libro en realidad es una doble evocación de Dalí y García Lorca a través de sus hermanas.
Al rememorar al poeta me llega una de las frases que Federico repetía en los años de la preguerra, según Morla Lynch: "Yo soy del partido de los pobres... De los pobres que son buenos".
viernes, 6 de junio de 2008
"Negros" literarios/3
Hay escritores profesionales que enjaretan una biografía después de hablar horas y horas con la celebridad a la que van a retratar. Conversaciones grabadas en cintas interminables en las que el personaje cuenta su vida, la que recuerda, para que el otro la interprete. Raramente se oculta el nombre del autor material, aunque aparezca en un tipo de letra minúsculo, debajo del de la estrella.
Hay escritores anónimos que dan forma o estilo a un borrador escrito ya por quien lo firma. La historia, finalmente, no siempre suele firmarse con el nombre del último que la escribe. ¿O sí? En este caso, ¿quién es el autor material o moral? ¿Quién el autor verdadero? Si la forma determina el fondo, el autor en cierto modo sería el que da el tono final y pule el texto. Pero, ¿y el punto de vista, y el contenido mismo? El punto de vista es de quien cuenta algo que vivivió o que presenció a cara descubierta, aunque carezca de estilo para que pueda ser publicado o entendido. ¿Entonces? Puede que nos encontremos a veces antes dos autores reales pilotando una misma obra: uno es el autor del hecho, del dato, de la interpretación, incluso; otro el dueño del lenguaje, en cierto modo el dueño de una obra que... pertenece a otro.
A veces a esta escritura a cuatro manos se le llama colaboración.
A veces se trata de una colaboración anterior a la obra misma, y ahí ya no se trata de escribir, sino de recopilar material. El colaborador es un lector..., necesitado de liquidez. Consulta archivos, amontona datos, selecciona y le proporciona un informe al escritor no especializado que de pronto tiene que escribir algo complejo o enjundioso. Es lícito, desde luego. Pero siempre se corre el riesgo, el doble riesgo, de que el lector transmita un dato inexacto o que el autor lfinal lo interprete mal.
Naturalmente es más cómodo que otros te filtren lo importante, pero si al final hay un patinazo, que cada palo aguante su vela.
Hay escritores anónimos que dan forma o estilo a un borrador escrito ya por quien lo firma. La historia, finalmente, no siempre suele firmarse con el nombre del último que la escribe. ¿O sí? En este caso, ¿quién es el autor material o moral? ¿Quién el autor verdadero? Si la forma determina el fondo, el autor en cierto modo sería el que da el tono final y pule el texto. Pero, ¿y el punto de vista, y el contenido mismo? El punto de vista es de quien cuenta algo que vivivió o que presenció a cara descubierta, aunque carezca de estilo para que pueda ser publicado o entendido. ¿Entonces? Puede que nos encontremos a veces antes dos autores reales pilotando una misma obra: uno es el autor del hecho, del dato, de la interpretación, incluso; otro el dueño del lenguaje, en cierto modo el dueño de una obra que... pertenece a otro.
A veces a esta escritura a cuatro manos se le llama colaboración.
A veces se trata de una colaboración anterior a la obra misma, y ahí ya no se trata de escribir, sino de recopilar material. El colaborador es un lector..., necesitado de liquidez. Consulta archivos, amontona datos, selecciona y le proporciona un informe al escritor no especializado que de pronto tiene que escribir algo complejo o enjundioso. Es lícito, desde luego. Pero siempre se corre el riesgo, el doble riesgo, de que el lector transmita un dato inexacto o que el autor lfinal lo interprete mal.
Naturalmente es más cómodo que otros te filtren lo importante, pero si al final hay un patinazo, que cada palo aguante su vela.
domingo, 1 de junio de 2008
"Negros" y escritores "anónimos"
Mercè Rodoreda y Carmen Laforet, desde luego, están libres de sospecha. Sus batallas con el estilo (Rodoreda) y con la escritura misma (Laforet) acreditan su esfuerzo y su pasión por el oficio de escribir.
No suele ser frecuente que un autor de calidad, comprometido con su obra, recurra a un negro literario. Su credibilidad está en juego. Sólo en sospechosos casos de excesiva producción o de dependencia comercial, se cae en tan vertiginosa tentación... hacia el descrédito.
Suele estar más extendida tal práctica en escritores de ocasión, o profesionales que se ven obligados a escribir algo relacionado con su competencia, o incluso gente que reconoce que no sabe escribir. Por no hablar de personajes del espectáculo o de los negocios que necesitan fabricarse una biografía. Por lo general, tales libros están escritos por verdaderos escritores o periodistas que hacen un estimable trabajo con las vidas ajenas y que firman la obra, aunque aparezca más visible el nombre de la figura retratada. De vez en cuando, sin embargo, el nombre del autor real no aparece y surge el equívoco. Aunque no siempre es porque el biografiados reclama para sí la paternidad de la obra, sino porque el escritor en cuestión no quiere aparecer en un libro de encargo en que tal vez tampoco ha sido el único autor.
Muy distinta es la paradójica actitud de María Lejárraga al escribir durante años las principales obras de teatro que firmaba su marido Gregorio Martínez-Sierra. Finalmente se supo. Lo que ya sería hilar muy fino es por qué Lejárraga quiso estar voluntariamente en la sombra. O en qué porcentaje o medida intervino también Matínez-Sierra en la redacción o diálogos de esas obras cuando se disponía a dirigirlas.
Las colaboraciones, o libros escritos a cuatro manos son otra modalidad diferente. Es difícil pensar que Luis Buñuel necesitara ayuda para escribir sus memorias, si así lo hubiera querido. Pero en Mi último suspiro, cuenta con la colaboración de Jean Claude Carrière. No es un desdoro para Buñuel, como no lo es para un director de cine que un profesional le ayude a afinar el guión de la película. Se trata de recursos y prácticas habituales.
No suele ser frecuente que un autor de calidad, comprometido con su obra, recurra a un negro literario. Su credibilidad está en juego. Sólo en sospechosos casos de excesiva producción o de dependencia comercial, se cae en tan vertiginosa tentación... hacia el descrédito.
Suele estar más extendida tal práctica en escritores de ocasión, o profesionales que se ven obligados a escribir algo relacionado con su competencia, o incluso gente que reconoce que no sabe escribir. Por no hablar de personajes del espectáculo o de los negocios que necesitan fabricarse una biografía. Por lo general, tales libros están escritos por verdaderos escritores o periodistas que hacen un estimable trabajo con las vidas ajenas y que firman la obra, aunque aparezca más visible el nombre de la figura retratada. De vez en cuando, sin embargo, el nombre del autor real no aparece y surge el equívoco. Aunque no siempre es porque el biografiados reclama para sí la paternidad de la obra, sino porque el escritor en cuestión no quiere aparecer en un libro de encargo en que tal vez tampoco ha sido el único autor.
Muy distinta es la paradójica actitud de María Lejárraga al escribir durante años las principales obras de teatro que firmaba su marido Gregorio Martínez-Sierra. Finalmente se supo. Lo que ya sería hilar muy fino es por qué Lejárraga quiso estar voluntariamente en la sombra. O en qué porcentaje o medida intervino también Matínez-Sierra en la redacción o diálogos de esas obras cuando se disponía a dirigirlas.
Las colaboraciones, o libros escritos a cuatro manos son otra modalidad diferente. Es difícil pensar que Luis Buñuel necesitara ayuda para escribir sus memorias, si así lo hubiera querido. Pero en Mi último suspiro, cuenta con la colaboración de Jean Claude Carrière. No es un desdoro para Buñuel, como no lo es para un director de cine que un profesional le ayude a afinar el guión de la película. Se trata de recursos y prácticas habituales.
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