Un trece de diciembre de hace veinticinco años, en 1988, se marchó de este mundo María Teresa León, aunque su memoria dulcificada por los años de entrega a todo lo que amaba, ya se había ido. En su haber, dos obras magníficas:
"Doña Jimena de Vivar, señora de todos los deberes", y "Memoria de la melancolía". La primera, es un ensayo sobre la esposa del Cid Campeador, en la que María Teresa vierte su amor al Romancero y a la historia de España, como mujer culta y cultivada que fue. "Pensé en Doña Jimena, ese arquetipo de mi infancia, que yo había visto en San Pedro de Cardeña, de Burgos, tendida junto al señor de Vivar como su igual y tejí mis recuerdos de lecturas, de paisajes, de horas vividad para apoyar en Doña Jimena las mujeres que iban pasando ante mis ojos", escribió León al hablar de esta obra exquisita.
Pero, además, en las décadas finales de su vida, en el exilio romano, escribió "Memoria de la melancolía", una retrospectiva de lo vivido por esta mujer fuerte de memoria débil que se esfumaba lentamente. Una obra cargada de emoción y belleza en la que esta niña bien y joven intrépida que fue María Teresa, la niña de belleza perfecta que retrató en verso Rosa Chacel, la joven mujer que se entregó a Alberti, a la literatura y quizás a algún amor excesivo como la militancia comunista, miraba hacia atrás y reconstruía en el texto lo qu esu memoria perdía. Todo ello por amor, con pasión, y por su debilidad por los débiles.
Evoqué a María Teresa León en un capítulo de "Mujeres de la posguerra" (Planeta, 2001. "Él va delante, Rafael no ha perdido nunca la luz", decía ella de su marido, Alberti. Ella, a veces en una penumbra voluntaria, mantiene la luz de sus palabras. Ya es hora de que sea recordada por ella misma.