El misterio sigue envolviendo a Carmen Laforet más allá de su muerte. El libro de su hija, Cristina Cerezales Laforet, no supone una gran revelación, sino uno conjunto de pequeñas revelaciones. Es un libro literario, no una biografía. Sin embargo, este libro, Música blanca, vale tanto por lo que sugiere como por lo que aclara. Con este obra y lo que lectores y estudiosos hemos escrito de CL, el misterio sigue, pero ya no es tan denso ni hermético. Sin embargo, hay quien sigue empeñado en asociar a CL con el misterio, sin tener en cuenta las aprosimaciones a su obra y a su figura que desentrañan algunos de esos velos.
CL escribió Nada en estado de gracia, registrando en ese texto lo mejor de sí. Llegar a la cima siendo tan joven, tan inexperta y sobre todo siendo mujer en una etapa histórica en la que la mujer no tenía más identidad que la de madre y esposa, salvo que se quedara en el limbo de la soltería (aunque paradójicamente sólo la soltera encontraba la puerta laboral abierta) fue un inconveniente. Ser madre y escritora no era fácil, pero ser madre de cinco hijos, exigirse continuamente y querer estar a la altura de la primera novela supuso un esfuerzo agotador.
CL, además, vivió sucesivas crisis de identidad tras su matrimonio. La presión mediática, por su parte, podó esa soberana libertad interior con que escribió Nada. No encontró esa nueva novela de personajes que le sugirió Juan Ramón y que le hubiera permitido avanzar en la senda de Nada y, por otra parte, su inesperada conversión a un catolicismo militante le hizo volcar su confusión existencial a La mujer nueva, resolviendo el conflicto del modo equivocado. Por último se separó de su marido en los setenta sin contrapartidas económicas, lo que la condujo a la necesidad de ganarse la vida y no sólo de crear. En fin, sabemos bastante ya de CL. Vila-Matas escribió hace unos años un delicioso libro sobre escritores que abandonaban la escritura (aunque no citaba a CL), y el mundo literario está lleno de voces que se apagan tras una primera obra genial. Indagar en los enigmas que rodean a CL puede ser interesante, pero el misterio es cada vez un misterio menor. Podemos adentrarnos en su vida privada, podemos especular, e incluso plantearnos cómo influyó el pacto que le impuso su ex marido de que no escribiera sobre él y su relación. Lo que no tiene sentido en aferrarse al misterio para seguir hablando de una Laforet más literaria que real.
CL escribió Nada en estado de gracia, registrando en ese texto lo mejor de sí. Llegar a la cima siendo tan joven, tan inexperta y sobre todo siendo mujer en una etapa histórica en la que la mujer no tenía más identidad que la de madre y esposa, salvo que se quedara en el limbo de la soltería (aunque paradójicamente sólo la soltera encontraba la puerta laboral abierta) fue un inconveniente. Ser madre y escritora no era fácil, pero ser madre de cinco hijos, exigirse continuamente y querer estar a la altura de la primera novela supuso un esfuerzo agotador.
CL, además, vivió sucesivas crisis de identidad tras su matrimonio. La presión mediática, por su parte, podó esa soberana libertad interior con que escribió Nada. No encontró esa nueva novela de personajes que le sugirió Juan Ramón y que le hubiera permitido avanzar en la senda de Nada y, por otra parte, su inesperada conversión a un catolicismo militante le hizo volcar su confusión existencial a La mujer nueva, resolviendo el conflicto del modo equivocado. Por último se separó de su marido en los setenta sin contrapartidas económicas, lo que la condujo a la necesidad de ganarse la vida y no sólo de crear. En fin, sabemos bastante ya de CL. Vila-Matas escribió hace unos años un delicioso libro sobre escritores que abandonaban la escritura (aunque no citaba a CL), y el mundo literario está lleno de voces que se apagan tras una primera obra genial. Indagar en los enigmas que rodean a CL puede ser interesante, pero el misterio es cada vez un misterio menor. Podemos adentrarnos en su vida privada, podemos especular, e incluso plantearnos cómo influyó el pacto que le impuso su ex marido de que no escribiera sobre él y su relación. Lo que no tiene sentido en aferrarse al misterio para seguir hablando de una Laforet más literaria que real.