miércoles, 31 de diciembre de 2008
Zuzagoitia sí. Isabel de Palencia también
Juana Vázquez acaba de reivindicar la figura de Julián Zuzagoitia y otros escritores de los años treinta del siglo pasado, como precursores del realismo social. Es algo muy oportuno. Entre esos escritores que cita, algunos más cercanos al documentalismo que a la ficción cabría incluír a Isabel Oyarzábal, que en su novela En mi hambre mando yo, combina de modo transversal, una interesante historia de amor con un discurso socialista de reparto de tierras frente al hambre atroz que asolaba a la España campesina en esa década. Una injusticia a la que se añadió la barbarie de la Guerra Civil.
domingo, 28 de diciembre de 2008
Más sobre Los hombres que no amaban a las mujeres
La literatura no escapa a la moda. La trilogía que se inicia con Los hombres que no amaban a las mujeres lo demuestra. Interés por la historia e incluso por la inquietante desaparición del autor se dan la mano con una escritura que engancha. Parece un producto periodístico o de suspense pero hay que aceptar sus ingredientes literarios, aunque sólo sea como reflejo de una época.
Inesperada y triste muerte de Casavella. Había hablado quince días antes con él por teléfono y la impresión que me produjo la noticia fue muy honda.
Inesperada y triste muerte de Casavella. Había hablado quince días antes con él por teléfono y la impresión que me produjo la noticia fue muy honda.
miércoles, 10 de diciembre de 2008
Leonora Carrington, 1917
El Seminario de Cultura Mexicana (SCM) hace tiempo que deseaba ener en su institución a la pintora surrealisa Leonora Carrington. Lógico. Sin embargo, la delicada salud de la artista plástica ha retrasado su ingreso como "miembro distinguido". Carrington le dio largas a Arturo Azuela sobre la fecha de entrada: "Veremos". Deseo fervientemente que esta extraordinaria artista, amiga entre otros de Remedios Varo, tome asiento en el SCM en 2009. Es decir, que la vida continúe.
miércoles, 3 de diciembre de 2008
Marichu de la Mora y Dionisio Ridruejo
Dionisio Ridruejo es una figura fascinante: el paso del tiempo le va haciendo justicia hasta situarle en la memoria democrática. A pesar de haber sido delfín del fundador de la Falange e ideólogo del falangismo huérfano de líder, vivió transformaciones desmesuradas. De la División Azul pasó a la oposición franquista, y de su encendido fascismo a la democracia. En todas estas primeras vivencias de juventud contó con la complicidad de Marichu de la Mora, con un perfil político poco conocido y una biografía exquisita e intensa que ya relaté en La roja y la falangista. Dos hermanas en la España del 36 (Planeta, 2006). Musa, amor, pasión, obsesión, Marichu de la Mora, a quien llamaba Aurea, fue el detonante de muchas de sus revoluciones interiores. Seducido y seductor, la historia de amor entre Aurea y Ridruejo es una de las más bellas y literarias que he conocido. Naturalmente, luego, entre bastidores, y ahondando en los personajes, en la letra pequeña, se halla lo que hay de común en tantas historias y más si son complicadas o imposibles: la mutua fascinación, las exigencias de amor desmedidas y unilaterales, los inevitables pactos íntimos, la batalla por el poder y la fidelidad dentro de la pareja, los avances y retrocesos de la relación, la posesión del alma del otro y no sólo del cuerpo... Todo eso forma parte de los rituales del amor. En este caso, además, Aurea fue el aliento poético de Ridruejo durante varios años. Baste recordar Aparición en la terraza, poema en el que Ridruejo narra el impacto que le produjo el primer encuentro con De la Mora en la casa segoviana de su anfitriona, Eva Fromkes. Corría el año 1935, era verano y cuando llegó, el poeta se transportó a ese sueño eterno tan parecido al amor.
Cediendo el velo de la noche oscura
al plenilunio y miel de tu llegada
sobre el húmedo valle levantada
cuando el verdor abisma su espesura
(...) Veo aquella terraza y el instante
que en ella te brindaba monumento
junto a mi verso niño y vacilante;
y recuerdo la brisa del aliento
que el alma penetró, sueño adelante
y aquel fugaz y eterno sentimiento...
(Primer libro de amor)
Cediendo el velo de la noche oscura
al plenilunio y miel de tu llegada
sobre el húmedo valle levantada
cuando el verdor abisma su espesura
(...) Veo aquella terraza y el instante
que en ella te brindaba monumento
junto a mi verso niño y vacilante;
y recuerdo la brisa del aliento
que el alma penetró, sueño adelante
y aquel fugaz y eterno sentimiento...
(Primer libro de amor)
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