Podría ser una historia de hemeroteca, o relativamente sabida, y no lo es gracias a que el autor dosifica lo intimista y lo social. Es una memoria personal y familiar narrada con pasión y hasta el detalle conectada de forma natural con la historia colectiva que marcó este país en el siglo XX: la Guerra Civil, los bombardeos, la nada de la posguerra, la represión...Y en el plano personal, la imposibilidad de que Julia estudiase, el destino inevitable de dedicarse a servir, la experiencia de trabajar en París y el regreso a Barcelona para asentarse como empleada fabril. Es la Barcelona de los suburbios, de los polígonos, del extrarradio. Allí vivirá su niñez y adolescencia Manuel, que llegará a disponer de lo que su madre no llegó a alcanzar. Del extrarradio a la Universidad, y ya profesor universitario, a Australia, lanzado a una búsqueda de su identidad que le empuja a abandonar el espacio familiar y social que su madre conquistó para él. Ese piso nuevo en el suburbio que la generación de su madre, hombres y mujeres, pero desde luego, también ellas, conquistaron para sus hijos. Sin unos y otros no se entendería Barcelona y su periferia.
El horizonte ayer podría considerarse una variante de autoficción, por su carga autobiográfica, aun sabiendo que al narrar lo real importa menos que lo recordado, y que cualquier material personal acaba ofreciendo una versión diferente de lo que sucedió. Aunque quizás sea más exacto pensar que Chillón ha tomado la realidad, la conocida, vivida y leída, para transformarla en un fresco íntimo y coral de una época.
Pero la novela no solo narra muchas y diversas peripecias en las que lo personal y lo social se entrelazan. Utiliza un lenguaje en ocasiones perdido que en sus páginas revive. La fiel forma de hablar de los abuelos de Julia, la sabiduría prosaica de su madre, su propia resistencia. Al final, Julia hará la síntesis entre esa lengua heredada, con ese vocabulario que resuena en su memoria, y su cultura de autodidacta. Capaz de enlazar al final con la adquirida y consolidada de su hijo, mimetizado con los muchachos de su época y ajeno, en parte, a sus raíces. Porque no es el lenguaje, aunque quizás también, sino las circunstancias vitales del uno y la otra, lo que configuran dos mundos propios. Para el lector, no tan alejados.