Ha muerto Dolores González Ruiz, abogada y superviviente de la matanza de Atocha. Ha muerto de cáncer de pulmón, a los 68 años, después de haber estado a punto de morir muchas veces. Y no solo en el atentado de Atocha. Estuvo a punto de morir de depresión, de inanición, o de dolor -en el fondo, todo era lo mismo-, y, sin embargo, resistió, peleando por la vida por dignidad, aunque una parte de ella fuera muriendo año tras año de pena.
Su historia personal ha estado plagada de pérdidas cruciales, un tributo a la fatalidad y también a su compromiso antifranquista. Un compromiso político que adquirió en sus años de Derecho, en la década de los sesenta del siglo XX. Su novio, el también estudiante Enrique Ruano, murió en extrañas circunstancias en 1969: detenido por repartir propaganda ilegal (es decir por hacer oposición a la dictadura), incomunicado durante tres días y acorralado por la policía cuando le llevaba a registrar el piso de un amigo, trató de escapar por una ventana y perdió la vida. En ese momento, Dolores González estaba también detenida. El caso Ruano ha hecho correr ríos de tinta, y su muerte -escandalosamente impune- marcó la memoria de los universitarios madrileños de la época: muy pocos se creyeron la versión oficial de que se había suicidado, y en numerosos textos se habla, cuando menos, de muerte inducida. La pérdida de Enrique Ruano supuso el primer mazazo para Dolores González, Lola, como la conocían sus amigos. Fue también el primer eslabón que la llevó a la depresión. Años después, Dolores González se casó con Francisco Javier Sahuquillo, uno de los letrados asesinados en Atocha.Ella sobrevivió de sus heridas físicas, aunque le quedaron importantes secuelas que la llevaron varias veces al quirófano. Pero además de víctima de atentado, tendría que vivir con el dolor inmenso de saber que le habían vuelto a matar a su pareja.
Hace bastantes años, en 1987, quise entrevistarla para el periódico en que trabajaba. Lola no quería entrevistas, no quería revivir nada, porque su relato ante la periodista no le iba a reportar más que dolor y rabia. Supondría un nuevo despojamiento y rememorarlo no le iba a devolver a Enrique ni a Francisco Javier Sahuquillo. No quería entrevistas y solo mantuvo una breve conversación telefónica por cortesía. Vivía entre Madrid Santander, donde tenía vínculos familiares, y había aceptado vivir de forma plana, sin demasiadas metas personales y sin grandes planes. "A mí me han desbaratado mis planes personales sitemáticamente", confesó. Contó asimismo que una vez superadas las heridas causadas en el atentado, le sobrevino una nueva y devastadora depresión en los ochenta. No tenía ganas de vivir ni de alimentarse. Fue ingresada en el hospital y de nuevo luchó por sobrevivir. Decidió vivir por dignidad, caminando sin ganas por una historia, la suya, que merece la pena ser recordada. "Morirse no es tan fácil", reconoció durante nuestra quizás no tan breve conversación. Sobrevivió al atentado y al dolor, aunque en el fondo no los superara La fecha de esa muerte la marcó la enfermedad, una metáfora de tantas desdichas vividas.
Respetada y respetable Lola, adiós. Tu historia es demasiado terrible y grande para que pueda morir, pero tú mereces descansar en paz. Con honor, porque la democracia se hizo con gente como tú. Aunque evidentemente, la democracia no necesitaba tanto dolor, tu dolor y el de tantos.
Adjunto el enlace del artículo que escribí en EL PAÍS como consecuencia de la conversación que mantuve con Dolores González en los meses en que se presentaba como candidata al Parlamento Europeo por IU.
http://elpais.com/diario/1987/06/18/ultima/550965603_850215.html