domingo, 23 de marzo de 2014

Lo que Adolfo Suárez se lleva. Y lo que deja

Muere Adolfo Suárez y siento que algo de mí y de mi generación muere con él. Aunque algunas otras cosas, gracias a su audacia y a la nuestra, permanecerán más allá de él, más allá del presente.
Recuerdo cuando le vi por primera vez, hace ya tantas décadas, en Arenas de San Pedro (Ávila). Aspiraba a ser procurador en Cortes por Ávila por lo que llamaban el tercio familiar en aquellos años finales del franquismo.  A pesar de formar parte del aparato, como los otros aspirantes -no había pluralismo ni democracia entonces-, ya apuntaba maneras, y representaba la innovación -y la juventud- frente a la carcundia. Solo era una niña pero recuerdo que hubo gente de mi entorno que le apoyó. Salió diputado por Ávila y fue sumando cargos, nuevos escenarios y responsabilidades. Ya no tenía apenas  tiempo para dejarse ver por los pueblos abulenses. Pero nadie imaginaba que años después pilotaría la transición democrática a la muere del dictador.
Da vértigo pensar cómo cambió las cañerías del sistema en un tiempo récord mientras el sistema mismo se transformaba y adaptaba: ley de la Reforma Política, elecciones de junio del 77, Cortes Constituyentes, Constitución de 1978... Sin vacilaciones. Jugándose  la transición misma (legalización del PCE) y yendo más allá de sus propias convicciones (vía libre a la ley del Divorcio). El coste personal fue muy alto; los beneficios para la sociedad inmensos.
El 23 de febrero, además, se convirtió en héroe. Quien estaba habituado a superar el miedo con un café y una tortilla francesa, no estaba dispuesto a arrodillarse ante los golpistas que irrumpieron en el Congreso.
En estos años de democracia hemos dejado de ser ingenuos. Pero aun siendo escépticos, hay algo que no se puede olvidar: Suárez hizo lo que pudo. Hasta el límite. Y le salió bien.
Tenía defectos, claro, pero no tantos como le atribuían algunos de los señoritos de UCD que le dejaron solo. Tampoco era tan mediocre como el tándem Felipe González-Alfonso Guerra quisieron demostrar con su moción de censura, movidos por la impaciencia de alcanzar el poder.
La pena es que muchos de los que ahora le reconocen y hasta le consideran suyo no hayan entendido su apuesta por la concordia. Para él no había dos Españas. En la suya cabían todos.