Una de las sensaciones extrañas que te suceden cuando escribes una biografía es leer con emoción cartas que no están dirigidas a ti: esa correspondencia entre el biografiado y sus amigos en la qu atisbas más de lo que está escrito. En el caso de mi biografía sobre María Moliner, su correspondencia con Carmen Conde o Manuel B. Cossío. O la curiosa carta de Cela explicando a Lapesa por qué no votaría a Moliner para entrar en la Real Academia de la Fengura en 1972.