jueves, 6 de mayo de 2010

¿Tiempo de silencio?



Estoy leyendo una biografía del autor de Tiempo de silencio , el escritor Luis Martín-Santos y algunas páginas resultan apasionantes. El biógrafo ha elegido un estilo ágil en el que va trufando opiniones y testimomios de gente que le conoció. Es decir, más que una elaboración del personaje, lo que nos da es un conjunto de facetas, un personaje poliédrico. Hoy he llegado al momento en que se recoge el testimonio de una amiga íntima que le conocía desde la adolescencia. Y ella misma explica que precisamente por conocerle tan bien, era la menos indicada para desvelar ese saber, esa intimidad. Y le muestra al autor de la biografía, José Lázaro, uno de los cuadernos íntimos que conserva de Martín-Santos. Lo primero que se lee es esta advertencia: "Se ruega, si alguien llega a cogerlo, que tenga la honradez de no leerlo". Pues eso. No siempre se puede contar o se debe contar todo lo que sabe.
En periodismo, y cuando se trata de una información relevante de un personaje público, sí que es lícito contar lo que se sabe, con respeto, desde luego. Pero en literatura, o cuando se realiza una biografía, ¿hasta dónde se puede desvelar la intimidad del biografiado? Es complejo, sin duda. En una biografía se debe intentar llegar hasta el fondo, pero hay, claro está, algunos límites, como no detenerse en los detalles secundarios que, sin embargo, resultan hirientes. Además, hay personajes y personajes: no todos aman por igual la desmitificación y el escándalo. ¿Tiempo de silencio? No, ese pasado gris quedó atrás, por fortuna. El riesgo es ahora el opuesto: hablar demasiado.

Carmen Laforet, por ejemplol era muy secreta, y por tanto su existencia fue discreta de puertas para afuera. Se atribuye a Laforet un misterio para explicar su huida de la escritura, ese momento en que escribir era un suplicio. Ese misterio, como tal, no existe, aunque ella sí era misteriosa y secreta. Se bloqueó porque eran muchas las contradicciones que había asumido y no podía darles salida literaria. Ser ágrafa, vagabundear y dejar de escribir, fue un alivio. Todos sabemos a cierta edad que tenemos que jugar con las cartas que tenemos, y no con las que soñamos. Laforet lo supo y como escribió a Josefina Aldecoa, en un momento dado prefirió ser lectora y posponer o abandonar la escritura. Estaba en su derecho.